En mi vida (ya no tan corta) he tenido el gusto de poder recorrer grandes tramos de los Estados Unidos de América. Todo empezó con ese peregrinaje de neo-tropical hacia la capital de América Latina: un paseo a Miami, Florida. Esa experiencia imberbe inspiró una decisión: evitar los lugares comunes. Luego vendría una experiencia insular y otra costera, ambas con el Pacífico de fondo. Más tarde vendría el Oeste, que no es “el Oeste” sino que “está al oeste”. Recientemente, habitando los ríos, lagos y montañas de Nueva Inglaterra.
“All I said was ‘Thanks a lot. That’s real nice.’ It had happened again. I had met another American whose generosity, it began to seem to me, gushed out of the spirit of this land.”. (p. 86)
Más que ‘los lugares comunes’ que son esas imágenes evocadas por Jerome David Salinger, de las noches en las grandes urbes, de la Gran Manzana, aquello que me ha llamado a volver al Norte han sido los amplios y vastos espacios más recónditos. Paisajes que son recuerdos para Jon Krakauer y que inspiraron las historias de Jack London. Esos lugares menos habitados: amplias praderas, ríos gigantes, colinas reiterativas. Territorios dónde quienes viven, cazan y comparten historias de cómo cuando niños comían estofados de ardilla. Esos lugares habitados por estadounidenses -me rehuso a llamarles ‘americanos’- sencillos, honestos y más bien simples. Personas que acuñaron la expresión ‘bluebird skies’ una bellísima manera de referirse a los cielos sin una nube, cargados de inmensidad, pintados de un azul infinito. ¿Alguna vez han visto un atardecer en esas latitudes? La hora de los venados dura eternidades.
Fue justamente en esa mitad, entre la manigua y la metrópolis, aquello que visitó nuestro héroe Peter Jenkins: el Estados Unidos de pequeños pueblos nacidos en las intersecciones de los caminos. Peter, un joven, recién graduado de la universidad, con un hueco en su corazón. Él, alguien quien quiso conocer su país de una manera especial: caminándolo con su perro. Sucedió hace muchos años, creo que ese país que él conoció ya no es el mismo… Sólo es recordar la historia de vida de J. D. Vance para hacerse una idea de los cambios sociales tan dramáticos que han ocurrido en un paisaje que tan lentamente cambia. Y, sin embargo, en los pueblos que visitó Peter hay desigualdad, carencia material, fricciones raciales y de clase; eso poco ha cambiado.
Mientras tanto, uno de los grandes problemas de las historias de aventura es que intentan mantener esa falsa ilusión de imperturbabilidad. Como que la naturaleza es incambiante, estática, inmóvil. Roma es lo que es y punto; no puede ser nada más. Ah, y que en la naturaleza no habitan los humanos: solo están de paseo, caminando el Pacific Crest Trail o el Appalachian Trail.
Así y todo, y sin lugar a dudas, la crónica de viajes me llama: evoca emociones, me invita a vivir paisajes y buscar aventuras que mi corazón me pide. Sí, vivo con ‘itchy feet’ con los pies ansiosos de movimiento, pidiéndome brisas y vistas, con añoranza de nuevos paisajes, de llegar a esa rayita que se ve al fondo de todo paisaje -algunos sosamente le llaman horizonte.
“America had slowly opened its heart and embraced me mile by mile, and family by family”. (p. 215)
Este libro, la historia en él contenida, tiene algo muy especial. A pesar de moverse permanentemente, Jenkins paraba con regularidad, conocía a las personas, se empapaba de sus mundos y sus rutinas. Y dejó plasmadas fotografías de distintos Estados Unidos que fue habitando: una comunidad negra, un ermitaño, un pueblo sureño, una comunidad autosuficiente. Fotos que están disponibles en el libro -a blanco y negro y también a color- y dan fe de aquello que él narró: su perro, sus anfitriones, sus amigos.
Estas experiencias me llevaban a pensar en el pulso de la historia de Jack Kerouac, que bien podría resumirse con las palabras de Edward Abbey: “To be everywhere at once is to be nowhere forever”, estar en todas partes al mismo tiempo es estar, por siempre, en ningún lugar (esta mala traducción es mía). Gran problema éste, tanto de las crónicas de viaje como de los viajeros: estar en ninguna parte, no pertenecer, no conocer… Las realidades de un contexto, una sociedad, una ciudad, sus hábitos y costumbres no se conocen en un tour, sino que se necesita de vivir muchas veces la monótona rutina de ese paisaje. Se necesita toda una vida para dar sentido a tanta complejidad; justo algo así intentó hacer Peter Jenkins, una y otra vez en distintos pueblos de la Costa Oeste, en su lenta peregrinación hacia el Golfo de México.
La gran mayoría de estos libros de viajes han sido leídos estando yo motivado por mis pasiones e intereses personales: sueños de aventura. He sido influenciado por esos exploradores del siglo XIX y temprano siglo XX que se hacían hombres enfrentando a la naturaleza. Aunque también he visitado clásicos americanos (sin interés de saber cómo escalar una montaña) -por ejemplo, la prosa de Truman Capote- se me hace imposible no viajar a esos paisajes de maizales infinitos cuando leo; no puedo no evadirme. Como todos esos hombres antes de mí, dejo un algo atrás: haciendo gala de privilegios (de clase, de raza, de género) dejaban atrás familias y comunidades, amigos y problemas. Pocas son las mujeres que han escrito crónicas de viajes.
Así y todo, a pesar de las reflexiones críticas, está este libro y su título. Un sueño que yo cargo es precisamente caminar América. Pero, como cantaron hace poco “América no es solo U.S.A., papá; Esto es desde Tierra del Fuego hasta Canadá” (Residente ft. Ibeyi, 2022): añoro -y planeo- recorrer mi América del Sur. Justo eso sueño yo: salir desde mi casa en dirección al Sur, siguiendo acrux más que a polaris.
No quiero ser otro hombre más que deja atrás: «Nuestro Norte es el Sur». Mi Norte es el Sur. Y precisamente es eso lo que no quiero dejar atrás, sino hacer como Jenkins: habitarlo, conocerlo, esperanzarme.
“Weeks after I became one of her sons, Mary Elizabeth told me how she had been kind of scared the first time her boys brought me home for dinner with my sun-bleached long hair and untamed red beard. But when she saw how Cooper loved me and how I loved him, she knew I was all right. ‘Dawgs don’t lie,’ she said”. (p. 122)
Bibliografía:
- A Walk Across America
- Peter Jenkins
- Harper Collins Publishers – Harper Perennial
- 1979 / 1982 / 2001
- New York
- 290 páginas
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