Sí, me gustó tanto el último libro que fui de inmediato a conseguir otro. ¡Y Qué fácil fue! Resulta que todos los de este autor están uno al lado del otro en la biblioteca en el mismo estante. Todos son de la misma editorial y son inconfundibles: tamaño semejante, casi que el mismo color, mismo material. Entré a la biblioteca derecho y solito al punto dónde hace poco me llevó uno de los bibliotecarios. ¡Estaban todos uno al lado del otro! Creo que pronto volveré por más. A lo mejor mi próximo libro pueda ser El Sha: o la Desmesura del Poder, Cristo con un Fusil al Hombro, El Mundo de Hoy, El Emperador…
Que gran sensación esa de ir recorriendo una biblioteca que uno ya conoce. Pasar por el umbral, saludar a los bibliotecarios con una ligera inclinación de la cabeza y continuar por tierras conocidas, pasando anaqueles y estanterías dónde uno se logra ubicar. Dando pasos largos, seguros, contados: ni uno de más, ni uno de menos. Todo para llegar a la sección indicada, la deseada: historia, crónica de viajes, periodismo, literatura universal… Es muy agradable preguntarle a alguien, pedir ayuda y hasta recomendaciones, pero en ocasiones saber uno para dónde va es una sensación difícil de describir. Llena de orgullo, calma, serenidad.
En este libro nuestro héroe polaco relata todas las aventuras y desventuras que tuvo que atravesar en sus años como único corresponsal de su periódico en África. En África vivió años de guerras civiles, hambrunas, dificultosos viajes, e incluso malaria. Creo que la idea fue de él… Lo imagino entrando adónde su editor o a la dirección -¿quién sabe?- con un “¿qué les parecería sí…?”.
Es necesario recordar que esta no fue cualquier África, sino una de una coyuntura histórica especial: la descolonización de la posguerra, seguida por la entrada de las nuevas superpotencias. ¿Cómo debe de haberse sentido eso? Primero, un choque de adrenalina y euforia por la posibilidad del auto gobierno. Luego, la grisura de la apatía ante la imposibilidad de la auto determinación de los pueblos. Finalmente, el colérico fanatismo de unos discursos impuestos respaldados por ingentes cantidades de armas y aluviones de capital para mantener dicha decisión… ¡Que montaña rusa de emociones!
Nuevamente Kapuscinski lleva al lector a vivir con él todas sus peripecias por este multilingüe y multifacético continente; narrando los eventos del día a día, devenires diarios de las familias, las cocinas, y esta terrible habilidad que tienen los habitantes de países del Tercer Mundo de pasarse los días (un día a la vez), quietos, esperando, sin hacer nada, mirando al vació, como a la espera que algo, por fin, pase. Kapuscinski visita Liberia –y habla de su guerra civil e historia-, visita Somalia –y habla de las tribus nómadas-, visita Kenya –y menciona cómo la sovietización y luego la superpuesta presencia americana y soviética lo cambiaron todo-, visita Zanzíbar –en avión, luego huyendo en barco-, visita Uganda –y habla de Amin-, e incluso contrae malaria.
Un libro infaltable para todos los interesados en ese terrible enigma que es África. Un libro con un cierre cargado de arte y drama.
Tiene una cita Ébano que quedó dando vueltas: “Este continente es demasiado grande para describirlo. Es todo un océano, un planeta aparte, todo un cosmos heterogéneo y de una riqueza extraordinaria. Sólo por una convención reduccionista, por comodidad, decimos «África». En la realidad, salvo por el nombre geográfico, África no existe.”
Y sí, ahora que tanto ando leyendo sobre África lo veo: África no existe. No hay nada como una sola África. El África mediterránea nada tiene que ver con la subsahariana. La orilla oriental del Nilo poco tiene que ver con las tierras bañadas por el golfo de Guinea. Los Estados poco, o ningún, control tienen sobre su territorio. Entre más uno se aleja de cada capital más se diluye la modernidad. Ningún país tiene una única lengua, ni un único credo, menos una única etnia.
África no existe.
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