Ahora ya lo sé: soy acaparador de libros. Encuentro un placer indescriptible, e insuperable en pasearme por una librería, o biblioteca, pensando en cuáles llevar. Cuándo llevo –como hoy- teniendo en mano los libros, pienso: ¿no podría llevar más? Cuándo los pido en préstamo en una biblioteca, o llegan a mis manos por algún amigo, contemplo la idea: ¿y sí me los quedo?
¿Robar libros? Eso solamente lo he hecho una vez con El Perfume, que no es robado, ¡sino que no me lo pidieron nunca de vuelta! Espero no hacerlo más, porque sé que es eso de que alguien tenga secuestrado uno de mis libros, porque es eso: un secuestro, debería estar conmigo, en buen recaudo, seguro, a la vista, disponible.
De momento me encuentro doblemente extorsionado, en ambos casos, por mujeres. ¿Quién más vil que una mujer? ¿A qué hombre, a qué noble hidalgo se le pasaría por su cabeza robar un libro? Eso, eso es obra de mujeres. Especialmente sufro por uno: Memorias de Adriano de Marguerite Yourcenar. Ese libro ocupa un lugar especial en mi corazón. De entrada, uno de mis autores favoritos lo elogió como poesía (Santiago Posteguillo en el Hay Festival de Cartagena), y sí, eso es: un río que fluye en un ocaso permanente. ¡Es un libro de una belleza…!
Los otros libros los tiene mi madre. Ahí el problema es que no sé bien cuáles… cada una de sus visitas implica un robo/secuestro de uno de mis libros. Afortunadamente, también tengo yo un par de prisioneros por los cuales realizar un honesto intercambio. A ver pienso, tengo Los Hombres que no amaban a las mujeres de Stig Larsson. ¡Mierda, tengo sólo uno para canjear! También sospecho que mi hermana está subrepticiamente cogiendo mis libros: ¿qué he de hacer? ¿Censarlos? Es obvio que no tengo idea de cuántos libros tengo, ni tampoco sé del todo cuáles tengo… Pero ese no es un pecado únicamente mío así que ¡no me juzguen!
Continuando con otras ignominias típicas de la naturaleza humana. Hoy tuve uno de esos días en los cuáles mi vientre, pecho, y cabeza me decían: ve a por un libro. Yo creo que la decisión final la tomó el vientre… Llevé tres libros, que a la larga son cinco, y, sumados al que me llegó anoche, entre ayer y hoy aumenté mi harén literario con seis hermosos tomos. La culpa no es mía, sino de un profesor, uno de esos pocos que saben que la hiper-especialización nada trae consigo.
El conocimiento no debe ser una profunda perforación petrolera, sino más bien un Océano, ¿por qué no como el Pacífico? Sí, el Pacífico: enorme, extenso, con puntos de profundidad como la fosa de las Marianas, y otros no tan profundos. El conocimiento no es solo recontra saber de una sola cosa. Eso nada bueno trae, ni para el alma ni para la sociedad. ¿Qué haremos cuando el problema se salga tan sólo un centímetro de lo que hemos venido estudiando por años? Conocer, enriquecerse verdaderamente, es entender que la evolución del conocimiento humano es polifacética y multivalente –lo que quiera que signifiquen esas dos palabras que acabo de usar. Para entender el mundo no es solo leer sobre la teoría ascética que lo intenta diseccionar, tal como una rana. ¿Por qué no convertirnos también en la rana? Ir a por lo que ven los ojos de la rana, lo que sería su arte. Ir a por el croar de la rana, su música. Nadar en estanques, aguas estancas y meandros, viajar. Literatura, arte, ciencia, teoría, historia, no tienen por qué ser excluyentes, sino lo contrario.
Siguiendo con las analogías de animales, si continuamos forzando esta separación ‘de saberes’ lograremos lo mismo que hemos hecho con las razas de perros: llevarlos a ser tan enfermos que sean incapaces de existir, pues de tanta endogamia y reproducción selectiva los estamos condenando, los condenamos. Tal como el bull-dog la historia no respirará adecuadamente. Así como el bóxer la economía convulsionará. La columna vertebral de la sociología toda torcida como la del Pug Carlino. Entonces, mezclémoslo todo un poco, busquemos a los saludables, a los criollos y a las ‘chandas’. Mezclemos todo con la ‘chanda’ de lo que está en tinta: la literatura. ¡A la academia le falta arte! La academia debe estar al servicio de la humanidad, no sentirse superior a ella.
La literatura, ella sí es saludable, sigue viviendo en el mundo y reproduciéndose sin necesidad de esos círculos de académicos que sólo se citan entre ellos y hasta se citan a sí mismos… Creemos híbridos del conocimiento: ¡metámosle literatura! Chanditas tiernas y saludables como las que acabo de conseguir: El Club de la Pelea, Trilogía Africana, y, Las Aventuras del buen Soldado Svejk.
Este profesor se pasó la clase hablando de literatura y así terminé yo yendo derecho a una librería. ¡Pendejo profesor! ¿Es que no entendió acaso el memorando? La meta es desincentivar el conocimiento, no promoverlo; limitar el libre pensamiento, no incitarlo; eliminar el aprendizaje independiente, no retarlo; erradicar la curiosidad, no acunarla. ¿Qué tal que aparezca alguien que piense? Ya no es decir que piense distinto, sino tan solo, que ‘piense’; a eso hemos llegado. Tremendo grito éste de rebeldía, de insurgencia: querer pensar. ¿No es la idea de la calidad y la eficiencia en la educación el que salgamos todos pensando igual? ¿No es la idea de los exámenes estandarizados de Estado, el comprobar que no solo pensamos todos igual, sino que pensamos tal como se quiere que pensemos? Y, no solo eso, sino también que pensar cómo se supone que debemos pensar se ha vuelto una meta, un logro…
¡Pensemos distinto!
¡Que ansias tengo de leer el Club de la Pelea! Más porque hice un trueque con esta novela: apenas la termine tendré en mis manos nada más y nada menos que Siddharta de H. Hesse… Esto lo he esperado por mucho tiempo.
Pero, antes del placer, viene el deber. Ahora, algo colombiano.
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