“Pero a medida que su gloria aumentada, los pintores iban idealizándolo, lavándole la sangre, mitificándolo, hasta que lo implantaron en la memoria oficial con el perfil romano de sus estatuas.” (pág. 184)
El General en su Laberinto, de Gabriel García Márquez.
En Colombia sufrimos de sobre-idealización. Tenemos un ídolo al cual veneramos. Pero, como es un Dios –ya le subí categoría- no se le debe poner en tela de juicio; no se debe saber mucho; ha de mantenerse en el desconocimiento; debe tener un halo de preguntas. ¡Debemos tener fe! No debemos cuestionarlo, no debemos dudar, no debemos indagar sobre sus logros, sobre su vida, sobre su día a día. ¡No debe ser hombre pues dejará de ser Dios! Eso, lo hacemos una y otra y otra y otra vez. Solo es revisar la historia del Siglo XX o la del Siglo XIX, como también la actualidad del siglo XXI.
¿Qué distingue al hombre de los Dioses? Al menos en nuestra “civilización occidental greco-romana judeo-cristiana”.
- Pues, un Dios carece de funciones biológicas como la muerte, el hambre, defecar.
- Bueno, sí Jaimito, está bien tu respuesta, pero, esfuérzate un poco.
- ¿Será tal vez el errar?
- ¡Sí Jaimito, a eso me quería referir!
Al menos en el caso de las religiones monoteístas Dios no solo no caga, sino que no la caga. Es el hombre el que la embarra, y, estrepitosamente: la manzana de Eva, la muerte de Abel, y podríamos seguir si yo leyese un poco más la Biblia.
Con nuestros ídolos pasa que cuándo nos recuerdan su humanidad dejan de ser Dioses. Al errar, al flaquear, al hacernos suponer que se parecen en algo a nosotros, pierden su divinidad, dejan de ser atractivos. Hay culturas que hacen de sus líderes hombres, para demostrar que personas comunes cambian la historia. Aquí, los dejamos en la porra, mitificados; imposible cambiar las cosas así. El que sean Dioses en vez de hombres puede ser una explicación de por qué nos esforzamos tan poco por ser algo más: se puede llegar a ser alguien digno de admiración, pero, un Dios, ¡eso si no! Mejor me mantengo acá: borracho, futbolero y fanático. ¿No será que al volverse humanos-con-logros nos lleva a ver nuestra falta de logros como algo malo?
A fin de evitar que nuestros Dioses-ídolos se vuelvan hombres es necesario recurrir a dos estrategias: la sobre-exaltación y el encubrimiento. Ambas, caras de una misma moneda: la falta de información. Qué mejor manera para crear a un Dios que controlar las historias que se cuentan, las imágenes que circulan…
Como punto final antes de volver al libro: veamos nuestro panteón de Dioses. Están los dioses de la guerra: Simón Bolívar, Francisco de Paula Santander, Álvaro Uribe Vélez. Luego, los dioses del conocimiento: Julio Garavito, José Celestino Mutis, Estanislao Zuleta, Manuel E. Patarroyo. No podían faltar los dioses del dinero: Julio Mario Santodomingo, Luis Carlos Sarmiento. Los dioses de las artes: Fernando Botero, Alejandro Obregín. Los dioses de los hombres: Alberto Lleras Camargo, Rafael Núñez. Los dioses de la muerte… Aunque, hay varios panteones, el anterior es solo el oficial, el del Estado; el no oficial, el popular, esa religión es otra… ¿No es hora de sentarnos a desafiar a nuestras divinidades? Pensar un nuevo contexto social, económico, político y cultural arrancando desde aquello que veneramos. ¿Qué tal eso?
¿Qué tiene que ver esto con un libro de García Márquez?
TODO.
Primero, hagan este ejercicio: pregúntele a un criollo ¿Cuál es su autor favorito? La mayoría van a responder que el Nobel colombiano –con cara de ‘¿no es obvio?’-, habrá alguno que salga con algo diferente, a quien la gente a su alrededor tildará de raro. Apenas reciba esa respuesta siga con la siguiente pregunta: ¿Cuál es su obra favorita de Gabo? [‘Gabo’ porque acá todos le tenemos confianza.] Ante esta pregunta usted va a recibir la siguiente respuesta: Cien Años de Soledad (espere nuevamente la cara de ¿otra pregunta obvia?). Listo. Un libro interesante: Realismo Mágico (su interlocutor no sabe del tema, no pregunte), ciertos eventos históricos de Colombia entrelazados con fantasía (no pregunte), creación de una imagen de lo que es ser colombiano, y, lo que es ser costeño (mantenga pensamientos dentro del cerebro). Tercera, y última, pregunta: ¿Lo ha leído? Va a recibir un rotundo, sonoro, estruendoso, monosílabo: “NO” o en su defecto un “Sí, en el colegio”. Si no me cree, hágalo. Llevo años en esas.
Es nuestro nobel. Nuestro NOBEL. Pero la gente no lo lee, no lo conoce, no lo critica, no lo compara, no averigua sobre su vida. Es más, para muchos fue una sorpresa que muriera en México y no en el Caribe. Pero ¿por qué es esto? ¿Por qué pasa esto? Uno no pone en duda a sus dioses. No, No, No. Nosotros somos una cultura creyente, y, que por encima de todo tiene fe. Tal vez leyéndolo tengamos otros ojos y otras ideas, y cambiar de ideas eso sí no.
Desde hacía un buen tiempo traía curiosidad por El General en su Laberinto. Interés que crecía más con las respuestas a las preguntas b. y c. y la ocasional d. ¿qué más ha leído de él? Silencio… Lo encontré en mi casa, lo leí, y, ¿saben qué? No me disgustó. Me hizo pensar mucho en un libro que también trata de un mismo fenómeno: La Traición de Roma de Santiago Posteguillo.
Tanto el de Bolívar en este, como el de Escipión en aquel, es el caso típico de exceso de poder. Creer que les deben adoración eterna por lo que han logrado. Sin embargo, estos hombres se quedaron lo suficiente como para hacernos ver su lado humano: el lado de los vicios, de los excesos, de las necesidades fisiológicas. Que la plebe, el vulgo, las masas, tanto detestan. Ellos no quieren que los lideren hombres –eso requeriría aceptar su humanidad con un ejercicio racional. No, ellos quieren Dioses a quienes seguir ciegamente. Bolívar con sus ansias de poder, vicios de la carne, debilidad del cuerpo, se hizo hombre. Y eso, eso es inadmisible. ¡Imperdonable!
Por eso el El General en su Laberinto es un buen libro: es el Dios narrando su trayecto a hombre. Su llegada final a la categoría de ‘humano’ se da por medio de ese acto biológico inescapable: la muerte. En esta novela García Márquez nos lleva a través de esos sentimientos que deben afrontar los hombres en su des-deificación: desgracia, deshonor, olvido, indiferencia. Mientras en un momento atravesar por esto pudo haber tenido sobre El Libertador unos efectos devastadores –despertando en él sentimientos celestiales como la ira o la cólera, tan típicos en la mitología cristiana, judía, griega y romana-; eventualmente, debió haber suscitado otros -tristeza, agonía, impotencia, resignación. No por nada, Simón Bolívar, lloró en sueños meciéndose en una hamaca.
- “ ‘Es una obra del destino’, dijo el Mariscal Sucre. ‘Tal parece como si hubiéramos sembrado tan hondo el ideal de la independencia, que estos pueblos están tratando ahora de independizarse los unos de los otros’. ” (pág. 25)
- “ ‘Opino que el ejemplo de Bonaparte es bueno no sólo para nosotros sino para el mundo entero’, dijo el francés. ‘No dudo que usted lo crea, dijo el general sin disimular la ironía. ‘Los europeos piensan que sólo lo que inventa Europa es bueno para el universo mundo, y todo lo que sea distinto es execrable’.’” (pág. 127)
- “Aquí no habrá más guerras que las de los unos contra los otros, y ésas son como matar a la madre.” (pág. 188)
- “Todas las ideas que se les ocurren a los colombianos son para dividir.” (pág. 251)
¿Qué se olvida más rápido que un hombre? Un Dios. Si no me cree, vea la historia: Baal, Bochica, Ulu, Quetzalcoatl, Ra, Ahura Mazda, Odín… No vayan a creer que el olvido solo viene para los hombres y sus acciones.
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