Una Sensación Extraña – Orhan Pamuk.
Con este libro volvemos a mi viejo amigo: Orhan. Pamuk, mi único amigo que ha sido galardonado con un premio Nobel de literatura. Le digo amigo pues ya es mucho tiempo lo que nos llevamos conociendo. Bueno, no es en ambas direcciones: llevo leyendo sus libros desde hace un buen par de años, pero dudo que sepa de la existencia de este personaje. Son solo lindos recuerdos los que me trae hablar de este autor, recordar su obra y evocar de nuevo las emociones que me han generado cada uno de sus libros.
“Nuestros antepasados solían torturar a los reos antes de ejecutarlos: es en estos momentos cuando uno comprende mejor la importancia de la tradición.” (pág. 279)
El principio, cómo encontré a Pamuk: fue en una pequeña librería de barrio en la ciudad de la furia, Buenos Aires. Estas pequeñas librerías de libros de segunda de la capital de los argentinos bien podrían ser una entrada completa, más bien todo un libro de historia y aventuras, pero eso lo dejaré para después. Mientras leía Estambul: Ciudad y Recuerdos, qué es como su biografía, mi realidad se aumentaba: me iba imaginando en la ciudad de los tres nombres cuando los parques bonairenses eran reemplazados con aquellos a las orillas del estrecho de Bósforo. El frío del invierno ayudaba, mi sensación de soledad en una gigantesca ciudad, lo hacían también. Allí mismo continúe con Nieve, una extraña novela cargada de metáforas en un pueblo en los límites de Turquía, dónde interactúan ejército, teatro y suicidios.
“Y mientras pronunciaba estas palabras, comprendió lo difícil que era decir la verdad y resultar sincero al mismo tiempo.” (pág. 565)
A partir de allí ya sería fácil continuar leyendo a Pamuk. En la biblioteca capitalina de mi universidad de curas -que lleva el aterrador nombre de un rezo- encontré La Casa del Silencio. Lectura extraña, pero entretenida y rápida. Allí mismo pedí prestado (y quise robar) Mi Nombre Rojo. Una increíble narración de no ficción que es la única novela del premio Nobel turco que hace parte de la lista (!). Hay un pequeño hipo en mi memoria -que no es más que una seguidilla de libros del polaco Kapuscinski- que me llevó un tiempo después a tener entre mis manos a esa bizarra historia que es El Museo de la Inocencia; hay un antes y un después con ese libro. Todavía hoy vuelvo a vivir las emociones que sentí al leerlo: angustia, hastío, esperanza, rabia. Luego, en mi biografía literaria hay una pausa de Pamuk que duró varios años hasta que El Castillo Blanco llegó a mis manos a través de un amigo, sabedor de mi locura por Pamuk.
Para mí leer a Pamuk es algo especial. Es algo, además, especialmente personal. Está tan cargado de… ¡de todo! Para mí leer a Pamuk es acordarme de una turca con nombre de mar a quien conocí brevemente y a quién desde entonces extraño. Una fuerza gravitacional que me dio más de un millón de razones para querer ir a ver Estambul. Bizancio, una ciudad que en mi mente ya está clasificada como visitada. En cuyas calles he visto gatos, perros, nombres marinos, edificios familiares, balcones y vendedores ambulantes… Pamuk fue mi manera de transmutarme hasta un espacio que yo no podía visitar; sus libros proyectaron ese mundo en mi vida. Fue ese puente que no logré tender. La marea la llevó a otro puerto, ahora en mí queda una curiosidad que ha venido creciendo con años: el sueño de ir a ver Turquía, una tierra de magos, astrónomos, sultanes, arquitectos, militares, creyentes, ateos, un mar blanco y otro negro. Un día lo haré, y temo quedarme allá durante mucho tiempo.
“Pero lo que mantiene vivo al amor es el hecho de que sea imposible.” (pág. 437)
Ahora, volvamos de mis ensoñaciones y pensemos en este libro: Una Sensación Extraña. Este libro se lleva un premio en edición: sus hojas son del grosor ideal y la textura perfectas. Ahora mismo puedo sentir ese corrugado en mis yemas mientras pasaba las hojas de peso justo. La portada es bellísima, el dibujo y los colores lo hacen un libro que da gusto ver. Un libro que no debe ser puesto en una biblioteca para solamente mirar su lomo, sino exhibido para poder ver cómo portada y contraportada juegan. Este libro me llevó a los lugares, pasillos y esquinas presentados en Estambul: Ciudad y Recuerdos y re-visitados en El Museo de la Inocencia. Al tener estos tres el mismo telón de fondo que es Estambul a lo largo del siglo XX era imposible no regresar a barrios, calles y nombres. Sus otros libros que tienen lugar en esta ciudad milenaria no cuentan, pues sucedieron hace mucho.
Este es un libro que lo antoja a uno de una ciudad, de un país de una cultura, de sus sabores y sus olores. Y los gritos en la calle que dicen «¡booooozaa!» Mientras su personaje principal iba caminando por un paisaje urbano cargado de historia, yo iba caminando en mi propio paisaje andino intentando revelar su historia. Mi pasatiempo, caminar, fue un puente para acercarme un poco a Mevlut el personaje de esta historia. Esa frase de Jean Jacques Rousseau, citada en algún momento de la novela -“No puedo meditar sino andando; tan pronto como me detengo, dejo de meditar; mi cabeza no funciona sino al compás de mis pies.” – me pareció especialmente real; a veces era yo quien iba llenando vasos y añadiendo garbanzos tostados. Mientras se alzaban los edificios en su ciudad y cambiaba aquello a lo cual él se había acostumbrado; también en mi paisaje se iban alzando monolitos de hierro y cemento que irían a acomodar a centenares de personas -yo también me iba preguntando «¿y de dónde sale tanta gente?» Corrupción y violencia política tanto en Colombia como en Turquía iban haciendo de esta historia algo que fácilmente podría haber pasado en cualquiera de las grandes ciudades de mi país. ¿Ficción? Lo dudo…
Hasta el día de hoy no puedo bien dar una respuesta fácil a la pregunta de por qué leo, o para qué sirven los libros. Esta reflexión sobre una obra, que me llevó inevitablemente a otras, y de ahí a personas que atesoro y relaciones que no fueron; que me transportó a ciudades visitadas, paisajes caminados y barrios imaginados; que me hizo pensar como libro y vida se van yuxtaponiendo; esta reflexión me lleva a reconocer lo complicado que sería dar una respuesta a estas preguntas. “¿Por qué leo?” es una pregunta tan difícil cómo lo es para un escritor responder a “¿por qué escribo?”
A lo mejor es precisamente esta emoción que estoy consiguiendo acá lo que me acerca a un libro. Es una sensación extraña, pero los libros van creando milhojas en mi cerebro, dónde recuerdos, emociones, personas, sueños, anhelos se van organizando de una manera que parece ordenada y a la vez hermosa, pero que al primer mordisco todo hace implosión y es imposible saber dónde iba qué. Miles de frágiles fragmentos se deshacen en un instante, saliva y néctar se confunden con recuerdos y ciudades. Al primer mordisco ya es imposible volver al estado original. Y esa milhoja se volverá a rearmar, nuevas capas aparecerán y después se volverán a destruir en una suerte de sisifesca tragedia pastelera. Y, ¿quién no gusta de una milhoja!?
“Así fue como Mevlut llegó a comprender por fin la verdad que una parte de él había intuido todo el tiempo: caminar de noche por las calles de la ciudad le hacía sentir como si deambulara por el interior de su propia mente.” (pág. 615)
Lo advertí: para mí leer Pamuk es un acto sumamente personal.
“Su postura pública era correcta, su postura personal también; la intensión de su corazón y la intención de sus palabras eran igualmente importantes…” (pág. 617)
Bibliografía:
- Una Sensación Extraña
- Orhan Pamuk
- Literatura Random House
- 2015
- 738 Páginas
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