156. Pantaleón y las Visitadoras – Mario Vargas Llosa
“Pero el suscrito sabe bien, desde sus inolvidables tiempos de cadete, que no hay misión que no ofrezca dificultades y que no hay dificultad que no pueda ser vencida con energía, voluntad y trabajo.” (p. 58)
Ese fue justamente el espíritu emprendedor con el cual el héroe -¿tal vez anti-héroe o héroe no-heróico?-, afrontó la difícil tarea que el ejército peruano le encomendó. Hasta ahí nomás, espero no revelar más que su nombre: ¡Pantaleón Pantoja! Semejante nombre para un personaje principal, y para semejante personaje principal.
Uno siempre tiene ese ser humano zancudo (‘mosquito’ para nosotros los Americanos) que se la pasa zumbando a nuestro alrededor en un día cálido, por la noches, en el carro: ¡bzzz bzzzz! Y por más que uno manotee no logra espantarlos. Esos zancudos van: ¡léete este bzzz! ¿¡Ya lo empezzzzaste?! ¡Ahhhh que pereza! A mí me gusta decidir, a mis tiempos, cuándo leer qué. Eventualmente escucho a esos Pepe Grillos literarios, pero me gusta hacerlo a mis términos: años después, a escondidas, y así.
La idea de este libro llegó a mí a través de uno de esos seres zumbantes que llevaba años sugiriendo este libro, tildándolo de “charro”, “cómico”, “hilarante”, y una palabra predilecta de una mamá “simpatiquísimo”. Detengámonos un segundo para regocijarnos en semejante vocablo: “simpatiquísimo”. ¡¿Qué tal alá!? Dirían solamente en Bogotá y en ningún otro lugar del planeta hispanoparlante. NO siendo suficiente son ‘simpático’ (def. “Que genera simpatía”. Simpatía siendo “inclinación afectiva entre personas, generalmente espontánea y mutua”). No siendo suficiente son ‘simpático’ una palabra con tantas connotaciones positivas. No siendo suficiente agregan ese sufijo -ísimo, volviendo nuestro simpático adjetivo, ‘simpático’, un SUPERLATIVO: ¡Digi-evolución! El libro ha sido efectivamente diferenciado de los demás.
Esta estrategia comercial fracasó: caso no hice y no lo leí.
Es más, por años no hice caso alguno a esta recomendación.
Hasta cuando hice caso y lo leí.
En mi defensa, tal vez fueron décadas de desoír esta sugerencia.
Todo cambió un día cuando me encontraba en la siguiente situación: llevaba meses sin leer palabra alguna en español, escuchando a mi alrededor idiomas que ni siquiera eran romances y hablando más que nada inglés… Sí, me dió nostalgia por el Español, tenía una fuerte añoranza de leer en el mismo idioma que pensaba. No era la primera vez que me pasaba, por tanto, ya tenía el protocolo: buscar una librería (preferiblemente de segunda), dónde habría una pila de los autores en español. Por experiencia ya sabía a qué llegaría: nada muy específico, ni variado, los taquilleros, los más impresos, Isabel Allende, Juan Rulfo, Pablo Neruda. Esos que nunca faltan -pero a menudo sobran. Fue justamente en uno de estos espacios dónde conseguí El Amor en los Tiempos del Cólera, porque Gabo está entre esos.
Tras comprar Pantaleón y las Visitadoras, lo leía siempre que tenía un espacio o un minuto, empapándome de español, respirando bocanadas de eñes y tildes, durante ese verano boreal tan agitado, movido y entretenido. Cuando Europa, desoyendo las recomendaciones de sus propios gobiernos, gritaba: ¡no más! ¡Dolce Vita o muerte! Y, de a poco, iban abriendo su sociedad. Así me colé yo en el país que alguna vez fue de los italianos, y así leí yo este libro del Nobel Peruano.
Lo hice primero en trenes, en vagones que a veces paraban en cada pueblo; y, saliendo de Roma vía Umbria lo que hay son pueblos. Luego, lo continué leyendo en un pequeño pueblo famoso por el papel que ha fabricado a lo largo de los siglos: Fabriano. Allí, en las noches, dentro de un convento, bajo la sombra de una enredadera y asediado por zanzari (mosquitos) iba leyendo sobre prostitutas y guarniciones; que digo, sobre ‘visitadoras’. Más tarde habrían más trenes hacia el Norte. Nunca me dejó de generar gracia leer semejante estropicio mientras visitaba conventos y monasterios, iglesias llenas de mosaicos y hasta gigantescas catedrales.
Justamente fue el choque entre contextos culturales el que más nutrió la lectura de este libro. Pero más que los paisajes y los espacios dónde leía fueron las conversaciones que iban desarrollándose. Lo dije antes: ¡los libros son mejores con personas! Bueno, no solo había una diferencia cultural, sino también una lingüística y otra de género. En las noches contaba qué iba leyendo y compartíamos nuestras opiniones. Fueron conversaciones muy enriquecedoras e interesantes, poco aptas para altas horas de la noche -mucho menos adecuadas para un convento. Discutimos sobre prostitución: tan normalizada para los hombres, tan tabú para las mujeres; como servicio, siempre se espera que sea una mujer prestando el servicio, pero no puede ser aceptada una mujer quien lo requiera. Hablábamos sobre los apartados que más risa me iban generando. Tras una torpe traducción discutíamos qué era lo que veía cómico. A menudo veía como mi sentido del humor se demostraba culturalmente determinado, comprensible en un contexto geográfico específico.
Por otro lado, también estaba la dificultad de explicar unas cosas que me parecían tan normales. Está la existencia de amplias extensiones de tierra sin presencia de las instituciones del Estado, sin servicios públicos, nula infraestructura; para mí eso es normal, ¡común! Para tantos otros, no lo es… Otra cuestión es la misma imagen del ejército, su relevancia y omnipresencia. Estamos en América Latina al final del día: tierra de dictaduras militares, democracias militarizadas, insurgencias y estados de conmoción. Para muchos, que el ejército esté tan presente no es normal. Estas conversaciones sobre lo contextual del humor, instituciones del Estado o la definición de normal, fueron interesantísimas. Ahí está, el superlativo…
Algo que no fue normal, en ningún momento, fue ese español peruano: que peculiares las palabras utilizadas por este señor Vargas Llosa. ¿Ramalazo? ¿Cimbrar? ¿Chúcaro? Palabras que en mi vida había escuchado, ni leído, pero que son palabras con definiciones aceptadas. Respectivamente: golpe que se da con el ramal; mover una vara larga u otra cosa flexible, asiéndola por un extremo y haciendo que vibre; y, dicho principalmente dle ganado vacuno y del caballar y mular aún no desbravado… Especialmente simpático fue ese periodista, personaje central en nuestra historia. Frecuentemente imaginaba a una pareja de amigos peruanos como personajes de esta historia, poniendo su voz a distintos personajes. Pero nunca funcionó: ambos son limeños, no cuadraban dentro de esta historia amazónica.
Tengo que ser honesto: también hubo cosas que me llenaban de dudas. ¿Qué tanto de ciertas serán estas historias? Esto es Am´érica Latina, pero ¡hay límites! Las dudas aumentaban puesto que ya había leído a Vargas Llosa y tengo muy presentes otros de sus libros que mucho de real tienen a pesar de ser tan increíbles. Están La Guerra del Fin del Mundo (1981), inspirada en sucesos reales acaecidos en el Brazil. Además, la historia en El Sueño del Celta (2010) por más espantosa que suene su contenido lo he visto mencionado también en Ché Guevara de Anderson, El Río de Davis , o Las Venas Abiertas de Galeano. Mi solución: usé Wikipedia. No digo más por no dañar esta novela.
Hay historias que son simplemente increíbles, y no de manera positiva. En situaciones como estas recuerdo a Javier Cercas en El Impostor (2014) repitiendo ese estribillo: “la ficción salva, la realidad mata”. Hay veces, en las que tal vez sea la literatura la mejor manera de mantener vivas ciertas historias… Que tristeza que este libro no esté en la lista. Ninguno del Peruano está. Otro argumento en contra de esa lista.
¿¡Algunas de sus novelas!? Mi mosquito local, acá cerca, a los gritos les recomienda: La Ciudad y los Perros (1963) y Travesuras de una Niña Mala (2006). Ya verán ustedes si los leen…
Bibliografía:
- Pantaleón y las Visitadoras
- Mario Vargas Llosa
- Santillana Ediciones Generales
- Madrid
- 1973 (mi copia es de 2010)
- 346 páginas