Cartas a Antonia – Alfredo Molano Rojas

153. Cartas a Antonia- Alfredo Molano Rojas

Pero, como decimos los colombianos para rematar la tragedia que contamos, ‘en fin…’.”. (p. 280)

Hay libros flotador. Como esos inflables de piscina que yo usé de niño, atados a mis rechonchos brazos -unos de Batman siguen siendo mi especial orgullo. Yo era un bebé barrigón: más parecido a un manatí, sin gracia y color rosado marrano. Ahí entraban los flotadores: permitiéndome seguir chapaleando. Mi experiencia con Cartas a Antonia de Alfredo Molano fue así. 

¿Qué decir? ¿Cómo explicar una guerra nunca declarada que quizá ya haya causado las muertes de un millón de colombianos durante los sesenta y cuatro años en que nos hemos estado matando? Porque las guerras nuestras no se declaran; los gobiernos nunca quieren aceptar que hay una guerra; no quieren que se sepa que hay miles de muertos al año por causa de la violencia.” (p. 79)

Entraba la primavera de 2021. Una fría primavera boreal dónde cada día la temperatura oscilaba tanto que lo único constante, una omnipresente precipitación, podía aparecer en cualquier estado de la materia: nieve, granizo, lluvia, llovizna, neblina. ¡El clima Danés! En esos días -del segundo encierro- cada tres días debía madrugar a tomarme una prueba rápida solo para poder seguir utilizando un pequeño espacio de estudio: una habitación para cerca de 50 personas que solo 5 podían utilizar. Este espacio fue mi templo, un lugar que visitaba asiduamente para adelantar ese suplicio que llaman ‘tesis’. 

Cuando ya le estaban ganando la pelea al Ejército, el Ejército sacó a los paramilitares y llenó el país; eran sus propios soldados con orden de matar a todo el que no les obedeciera y así se volvieron los que mandaban y mandaban para vivir de las hojas de coca que trabajaba la gente, y manejaban todo para sacar a la guerrilla, para acabarla.” (p. 107)

Fue en este acto, que dentro de una caja llegó a mí este libro de Alfredo Molano -junto con unos paquetes de platanitos salados y un buen ron colombiano. En las noches, cuando el cuerpo no me daba más, pero la mente seguía intranquila tras horas frente a una pantalla, recostarme con un libro en mano se sentía tal como esas derivas infantiles en la piscina: estaba cómodo, estaba tranquilo, estaba descansando. Así fue como en escasas horas, una entrada por noche, devoré Cartas a Antonia.

Yo soñaba, botaba mis sueños a volar. No me los fabricaban como los fabrica ahora la televisión o la internet, las aplicaciones y los juegos de maquinitas. Ninguna deja soñar, están hechas para hacerme soñar lo que quieren y lo que quieren es que yo me parezca a la gente rica, bien vestida, con carros lujosos, piscinas transparentes, playas doradas. ¡Qué triste, amor mío, no poder fabricar mis sueños”. (p. 33)

De Alfredo no había leído más nada -tampoco he expandido en su obra hasta el día de hoy. Me parece interesante empezar su obra desde este final: un libro póstumo, un compendio de cartas a su nieta predilecta. Molano falleció en 2019 siguiendo un diagnóstico y tratamiento de cáncer de garganta; este desenlace lo contará el libro en su introducción. Este libro es eso: una despedida, muy personal, compuesta de una selección de cartas en las cuales un abuelo intenta colarse en la vida de su nieta, empujarla, invitarla, llamar su curiosidad al mundo, sensibilizarla. Casi todo colombiano hoy conoce este nombre, el de Alfredo Molano, su legado y esfuerzo de vida. Varios de sus libros adornan las estanterías de amigos y familiares. Sin embargo, pocos pueden decir que lo conocían de una manera tan privada como este libro permitió.

Lo injusto de todo es que a ella la seguirá mi sombra; estaré presente en su vida; pero ella en mí ya no existirá como no existiré yo”. (p. 252)

En una sociedad que se ha enorgullecido tanto de sus fracciones que las entiende como una característica de su identidad, su nombre causará fastidio a más de uno. Fastidio por sus relaciones personales con Orlando Fals Borda, Camilo Torres y Eduardo Umaña Luna. Fastidio por su ejercicio profesional como periodista en una geografía que no quiere saber, ni recordar, ni escuchar, ni reconocer. Un fastidio mucho peor al recordar su apasionado esfuerzo por conseguir construir paz dentro y fuera de la institución que habitó hasta sus últimos alientos: la Comisión de la Verdad, como comisionado para la Orinoquía y la Amazonía. Este un organismo nacido de los Acuerdos de Paz entre el Estado colombiano -no fue de gobierno solamente: muchas más instituciones hicieron parte- que “recogerá los relatos de víctimas, victimarios y testigos del conflicto armado” (Castañeda 2019).

Llevan [las insurgencias] más de medio siglo peleando una guerra ya perdida. Difícil decirlo, me causa pena confesarlo, pero ya un fusil no puede tumbar un avión inteligente que dispara bombas a miles de metros de altura sin errar su blanco. Cosas de la ley de gravedad que se vuelve aquí ley de la historia”. (p. 71)

El trabajo de Molano, privado y público, versó sobre la perenne guerra en Colombia, sobre Trochas y Fusiles (De Bolsillo). La situación colombiana en las regiones a lo largo del siglo XX es justo aquello de lo que tratan gran número de sus libros: títulos como Los Años del Tropel: Relatos de la Violencia (De Bolsillo) o a Lomo de Mula: Viaje al Corazón de las FARC (Editorial Aguilar). Pienso, mientras escribo, si Molado habrá leído ese libro de Ryszard Kapuscinski, Cristo con un Fusil al Hombro, un libro del admirado polaco que tristemente no he leído -¡de momento! O, tal vez ¿será que Molano cruzó palabras con Jon Lee Anderson? Me genera mucha curiosidad: ¿cómo habría sido una conversación con un hombre que se hizo famoso por escuchar? ¿Qué libros tendría en su biblioteca? ¿Qué lista me recomendaría?

¿Quién fue Molano? Pues, aparte de Comisionado, periodista, cronista, abuelo, fue un viajero por Colombia bien curtido en sus andares. A mí me gusta andar este país por cualquier medio -a pie subiendo trochas que serpentean por cerros, en bicicleta por carreteras destapadas, en carro por lugares tan asombrosos como La Mojana- y este libro me puso a buscar lugares que no estaban en mi cabeza: como el Cañón del Guáitara -ese mismo río que corre debajo de la Iglesia de las Lajas-, la represa de Salvajina relativamente cerca de casa, o los Farallones de Medina. Ahora, una confesión: hay famosos destinos de los viajes de Alfredo, como el Río Meta o el Páramo de Sumapaz, que anhelo ver. Hoy, adheriéndome a la esperanza que plasmó Wade Davis: quiero ser parte de esa nueva generación que porfin podrá conocer su país. También hubo mención a momentos de la historia que he olvidado, o sobre los que nunca he leído, como la paz de Neerlandia. Me hizo indagar sobre personas que están construyendo país: Francisco de Roux, Héctor Abad Gómez, o sus mismos formadores allá en la Universidad Nacional: Fals Borda, Umaña, Torres Influencias que a lo mejor lo llevarían a escribir: “[…] la sociedad de consumo, que consiste en comprar y comprar sin parar hasta morirse de cosas”. (p. 75)

A lo largo de los años he ido andando camino, visitando nuevos lugares, conociendo nuevas personas y oyendo voces diversas. Cada uno de estos espacios, experiencias, ha estado enmarcado por libros: sobre ese lugar, su pasado, cultura, imaginaciones, y así. Esos libros dan sentido, en mi vida, a esas experiencias, destinos, personas. Sí, adonde voy, voy recopilando libros, un hábito que constantemente se vuelve problemático.

¿Qué pasó con este libro? Un libro que inicialmente fue un regalo, que me acompañó en noches frías mientras me preparaba para dormir, no pudo continuar conmigo. Tuve que dejarlo atrás en excelente compañía: junto con un puñado de libros en español se lo dejé a una pareja de amigos. Una catalana que en la distancia recuerda como ecos de su juventud las voces entremezcladas de la península, y un Danés, apasionado por la vida y enamorado de ella, quien quiere deslumbrarla con su español. Con ellos sé que mis libros, que ya son suyos, quedaron en buen resguardo, serán leídos y comentados, y adornarán la biblioteca de un hogar que nace. Espero que vean el libro y me recuerden.

Citas:

  • “Hay que reconocer que bailar un joropo no es fácil por más buena voluntad y recia personalidad que se tenga”. (p. 187)
  • “Los indígenas piden mucho a sabiendas que les dan poco y de eso, más poquito les cumplen”. (p. 206)
  • “He tenido varias crisis de humedad en los ojos”. (p. 216)
  • “Tardaron en llevarme a un sitio llamado posoperatorio, que es la representación más exacta del purgatorio cristiano”. (p. 261)

Bibliografía:

  • Cartas a Antonia
  • Alfredo Molano Rojas
  • Penguin Random House
  • Bogotá, Colombia
  • 2020
  • 307 páginas

Artículos:

  • Banrep (2022). “Alfredo Molado”. BanRep Cultural, extraído de: https://enciclopedia.banrepcultural.org/index.php/Alfredo_Molano
  • Castañeda, P. (31.10.2019). “Murió Alfredo Molano, el hombre que no se cansó de buscar la paz”, Semana Rural, extraído de: https://semanarural.com/web/articulo/alfredo-molano-y-la-busqueda-de-la-verdad-en-el-sur-de-colombia/832