102. Colombia, Mi Abuelo y Yo: Relatos Mágicos de Nuestra Geografía – Pilar Lozano
Sí, ¡este cuenta! Y defenderé mi decisión de haberlo leído e incluido en este reto de leer 1000 libros en 10 años. Colombia, Mi Abuelo y Yo es un libro conectado con historias personales y colectivas: me lo recomendó un gran amigo. Sus citas son reconocidas por cuanta persona me he cruzado. Cientos de Colombianos -sí, con mayúsculas- lo tienen en casa, lo han leído al menos una vez (primero obligados, luego por gusto) y lo recuerdan con cariño.
Es uno de esos libros de Primaria, mandado a leer por colegios y escuelas, mientras los profesores intentan llevar a cabo ese complicadísimo ejercicio de invitar a los niños a leer. Este libro no solo me acerca a las personas a mi alrededor, tejiendo puentes y facilitando el intercambio de experiencias en común, este libro me acerca al paisaje que habito. Con él he construido un tejido de memorias con esta topografía que alguien ha llamado Colombia: llevándome a explorar destinos y a pensar sobre los espacios que habito. En conclusión, al compartir atributos de otros libros, este libro cuenta como parte del reto.
¿Continúo con mi defensa? ¡Pues bueno! Hace tiempo descubrí esos universos cargados de vida que son los callejones de libros. Me siento tentado a decir que toda ciudad colombiana tiene uno de estos, dónde montañas de libros son vendidos por personas sencillas cuyo oficio es ese: los libros. Obviamente, hay de todo: libros nuevos, de segunda, robados, pilas de ediciones piratas. El primero de estos callejones que me crucé en la vida (de manera consciente) fue el de Bogotá; más bien, el de Santafé de Bogotá. Escojo el nombre viejo de ese pueblo grande pues está en el centro: bajando de la 7ma a la 10ma, una cuadra al norte dela Jiménez; su acceso justo detrás de la Iglesia de San Francisco.
Allí hay un callejón peatonal lleno de vendedores ambulantes con cobijas en el piso, abarrotadas de libros. Este bazar está flanqueado por edificios viejos que han caído en un deshonroso desuso: casas coloniales y republicanas, nombres todavía expuestos con orgullo incierto. Es una realidad bizarra: informalidad extrema, ausencia de Estado, gente viviendo al día, una economía líquida imposible de rastrear, nada de derechos de autor. Mientras tanto, a minutos están algunos de los sitios turísticos más icónicos del país (como el Museo del Oro, o la Plaza Bolívar), también Universidades prestigiosas (Rosario, Tadeo, Gran Colombia), y los centros de poder político del país (Los Palacios de Liévano, Nariño, San Carlos). Aparte de vendedores y revendedores hay locales, librerías y centros comerciales dedicados exclusivamente a la compra y venta de libros. ¿Mi favorita? La Librería Merlín, un espacio cargado de memorias y gratos encuentros.
Sin embargo, no fue en este famoso callejón, cargado de historia nacional y precolombina (¡antes de Colombia!), sino en uno un toque menos glorioso dónde me crucé con Pilar Lozano… Tampoco fue en la zona de libros de Cartagena, ahí en el parque Centenario, a la sombra de la Torre del Reloj dónde tantos se sientan en sus casetas de aluminio a vender libros. No, ese sigue siendo muy glamouroso, en esa ciudad patrimonio, conservada del tiempo por el salitre.
Conseguí Colombia, Mi Abuelo y Yo en el callejón del libro de Armenia: una docena de casetas donde se venden libros de segunda, caótico, lleno de personas mayores tomando tinto en vasitos de plástico. Todo, en medio de esa anarquía que es el ‘Armenia Downtown‘. Un espacio de calles dónde hay más vendedores ambulantes que carros, andenes donde es imposible caminar, de edificios nuevos alzados después del terremoto del 99. Allí conseguí ese libro; y sí, todo eso -ese desorden, informalidad, caos, contrastes- también es Colombia.
La ‘Colombofilia’ por la que propende Lozano es aquella de las clases acomodadas, que ven el mundo de manera romántica -perfumada- y no conoce (ni reconocen) qué es lo que hay en Colombia fuera de sus cristales. Una película fantasiosa de todo cuanto se ve: la Ciudad Amurallada es su arquetipo, el Andino y el Lleras nada que réplicas. Sí, este es un libro infantil, pero es también uno de esos cimientos culturales para aprender a ignorar la realidad.
Este es un libro de colegiales y me encantó revisitar esa Colombia que antaño había imaginado existía a lo largo y a lo ancho del país. Es una situación difícil, pues muy seguramente se lo leeré en voz alta a mi descendencia, en las noches o desde una hamaca. Puesto que como adulto he decidido creer en ese sueño. Hoy, comprendo que ese mundo de Papá Sesé, que esa vida existe, y quiero que se mantengan la belleza, la magia, la seducción. Entiendo que ese mito intersubjetivo está ahí, entre nosotros, entre quienes comparten conmigo esta geografía, habitando objetividades y subjetividades. Que en este delirio colectivo hay fascinación por la cultura de la gente y que enmaniguados por los habemos montones. Yo quiero que otros vivan esta realidad con la intensidad que la fantasía permite.
También necesitamos ficciones que nos salven de la realidad -nuevamente parafraseando a Javier Cercas-, proyecciones y delirios que nos inviten a soñar y también nos impulsen a cambiar el mundo. Esta es nuestra realidad, este es nuestro presente, pero siempre quiero transmitir la noción que tenemos en nuestras manos el poder de determinar nuestro futuro. Ay, si tan solo obráramos políticamente como lo soñó José Saramago: castigando en las urnas.
Sin embargo, también reconozco que hay muchas otras historias que merecen ser contadas, que deben ser aproximadas a niños y adolescentes para que los adultos luego no las encaren con tanto rechazo. Aún no sé como aproximaré esto a mis hijos imaginarios y nietas inventadas: ¿será con Wade Davis? ¿Con Alfredo Molano? ¿Con García Márquez? Espero tener un poco de tiempo para pensar esto con juicio, ponderando la ética de mis desiciones literarias, y el impacto de las reverberaciones de esas ideas allá en el futuro. ¿Será una buena idea una lista que plasme el realismo mágico que es Colombia? Una lista que sea una maraña entre ficción y no ficción.
En este momento la nostalgia me abraza al caer en cuenta que me falta tanto por conocer de este país. ¿Nostalgia? Lo contrario, ¡si esta es una excelente oportunidad! A duras penas he rascado la superficie de la Orinoquía. La Amazonía la conozco más por libros. El Pacífico colombiano… pues, conozco muy poco y más de su interior que de su vasta costa. Como muchos colombianos, lo que más conozco de Colombia es el área Andina, luego el Caribe. Así y todo, siento que me hace falta un océano por conocer. ¡Apenas hasta hace un par de meses atravesé la Mojana!
Hay tantos eventos que quiero vivir: La leyenda Vallenata, el Mundial de Coleo, la Semana Santa en Popayán, el Festival de Bambuco, la Tomatina de Sutamarchán. Y tantos a los que quiero volver: la Feria Internacional del Libro de Bogotá, la Feria de Manizales, el Festival de Música del Pacífico Petronio Ávarez, o el Festival de Música Andina Mono Nuñez. También me falta mucho por conocer del pasado de este país: sobre la primera población, los primeros años de la independencia, y los poetas, escritores y pintores de antaño.
Rayos, ¡será seguir leyendo! Y, viajando por Colombia con libros en mano.
Bibliografía:
- Colombia, Mi abuelo y Yo: Relatos Mágicos de Nuestra Geografía
- Pilar Lozano
- Editorial Panamericana
- 2012
- Bogotá DC, Colombia
- 172 págimas