Empecé con este proyecto en secreto, inspirado por una Lista que prontamente abandoné: las 1000 novelas que debes leer. No tengo idea cuántos libros llevo de ese listado, me aburrió rápidamente: eurocéntrica (Reino Unido, Francia y Alemania), libros que no lograba encontrar (¡tanta vaina en inglés!), y solo ficción. Decidí salirme de sus cadenas, empezando una aventura literaria propia: siguiendo recomendaciones de amigos, tomando libros de manera aleatoria, leyendo no ficción, buscando el Sur… De a poco he ido creando una lista propia, casi una biografía literaria.
Hace unos cuantos días, el 10 de Abril, se cumplió otro aniversario lector. Veamos: empecé en 2015 en Bogotá mientras cursaba mi pregrado. Cerré, por tanto, el año número 7; ahora, sin domicilio fijo, estoy entrando al octavo año. ¿Cómo vamos? Justo un día antes de esa fecha leí mi libro número 165: Desgracia del laureado J. M. Coetzee. Son ciento sesenta y cinco libros de mil que me propuse leer: 16,5% de mi proyecto. ¡Voy despacio! Idealmente, debería estar en el libro número 700, creo… Entre el 500 y el 600 podría decir que el ritmo es bueno y que lograré mi cometido. Siendo realista estoy muy lejos de esos números. Así y todo, estoy lleno de orgullo con mis 165 libritos. ¿Por qué? ¿Por qué me hace feliz no estar alcanzando mi meta?
Este, el séptimo año, leí tan solo 12 libros: un libro por mes. En mi contra, el libro más corto -la novela Una Soledad Demasiado Ruidosa de Bohumil Hrabal- tiene poco más de 100 páginas: un respiro literario -prestado- que superé en días. En cambio, en mi defensa, hay uno bien denso y largo ahí atravesado, un libro de historia –SPQR: Una Historia de la Roma Antigua de la profesora Mary Beard- que contiene 646 páginas de cifras, nombres, eventos, reflexiones e imágenes.
Éste, el séptimo, fue un año variado: medio ambiente y cambio climático (Marris & Carson), novela latinoamericana (Vargas Llosa y García Márquez), novela histórica (el viejo Santi, dos veces), novelas de ficción (ambientadas en Sudáfrica, Praga y Moscú), libros de historia (colombiana y romana), incluso una suerte de crónica de viajes dónde acompañé a un explorador polar. Todo esto para un total de 5.039 páginas. Un libro por mes, 96 páginas por semana, escasas 13 páginas diarias. Esto es mucho menos que un capítulo… Wow, ¡qué lentitud! Más si lo comparo con esos años súper productivos que fueron el primero y segundo donde leí casi 100 libros; allí está comprimido el grueso de este esfuerzo. Vuelvo a la pregunta que me hago con alguna frecuencia: ¿por qué? ¿Por qué he leído tan poco?
Cuando reviso, el año anterior -el Sexto- también fue lento en materia lectora: ¡10 títulos! Una decena en 365 días. Estoy doblemente sorprendido: una seguidilla de años escasamente leídos. Para empeorar las cosas, ese año no me senté a reflexionar, no hice mi ciclo de aprendizaje: experiencia, reflexión, pensar, actuar. Eso me faltó: tuve un año de pocos libros y no hice más. No lo sopesé. No busqué entender. No intenté sacar conclusiones. No busqué modificar el rumbo. El resultado fue obvio: de un año al siguiente aumenté la cuenta en tan solo solo 2 libros. ¿Por qué? ¿Por qué leí tan poco en estos dos años?
Aquí van mis respuestas tentativas: vida, herramientas y libros. ¿¡Qué!? ¿Cómo así? Debo explicarme con detalle, pues entiendo que podrán sonar a excusas, cuando no lo son. Estas tres son más bien reflexiones. Mis reflexiones para pensar y después actuar: quiero leer más, aprender más, acercarme más a la gente y lograr tener más experiencias de vida. Todos objetivos que logro por medio de los libros.
Primero: no se lee en un vacío. La vida está pasando, leer es parte de la vida, pero como todo: necesita de espacios. No nos pasamos los días sentados en un sofá, cómodos, con buena luz, tan solo leyendo como esos intelectuales de la edad media. Hay muchísima vida a nuestro alrededor: proyectos, sueños, miedos, hobbies, familia, amigos, relaciones, trabajo, estudio. Todo esto tiene que interactuar con la lectura, las negociaciones deben hacerse permanentemente. Por ejemplo, tan solo en mi Quinto Año Lector pasé casi siete meses metido en la manigua, entre cerros colombianos, el American Wilderness del Oeste y los bosques Nueva Inglaterra.
La disciplina siempre me ha ayudado; y eso es lo que menos he tenido en estos últimos años de expediciones, viajes, mudanzas, cambios de rumbo. No he tenido rutinas. En cambio, en mis momentos lectores más constantes lo que más me sirvió fue tener espacios físicos y temporales dispuestos para leer, así como también un número mínimo de páginas por día. Lo primero me ayudó montones; lo repetiría pues llenó mis días de paz y letras. Lo segundo los llenó de estrés, ansiedad, orgullo cuando lo lograba y también decepción cuando no lo hacía. Los hábitos, en mi experiencia, ayudan más a la disciplina que los hitos.
Segundo, estos dos últimos años me concentré en libros en físico, sacados principalmente de la biblioteca de mi universidad -alterada por la pandemia- y luego una mezcla de libros propios, comprados y prestados. Pero, siempre libros físicos que podía sostener en mi mano, oler y tachar. Mirando hacia atrás, he utilizado otras herramientas que han aumentado los resultados: los audiolibros y las bibliotecas públicas siendo las más productivas. Sin embargo, cuando escucho-leo un audio libro suelo no ser efectivo haciendo mis entradas -y, hoy, con el desplome del peso colombiano, me saldría cara esta opción. Por otro lado, las bibliotecas públicas no son tan públicas como aparentan ser -principalmente son universitarias- y no hay tantas. Además, con ellas, vuelvo al mismo punto del inicio: priorizar los libros en físico.
Los libros virtuales podrían serme útiles, pero hay algo que me impide ir a ellos, aprehenderlos. No sé si son las múltiples distracciones condensadas en un computador o en mi celular: apps y páginas compitiendo por mi atención. O, tal vez, la incomodidad de leer frente a una pantalla que se calienta y es rígidamente impráctica. Un momento de honestidad: tan solo he leído un libro, uno de 165, en formato digital –Feral de George Monbiot-, lo leí en mi portátil y ahora estoy juzgando toda la experiencia virtual con base en esta lectura. Veo que mi lío es con la herramienta más no con el formato digital. ¿Será momento de conseguir un ebook? Algo así como un Kindle… Recuerdo amigos utilizando estos formatos y lo mucho que logran leer. Según entiendo por solo poseer un artilugio de estos ya tendría acceso a miles de libros digitalizados.
Tercero, el tipo de libros que he priorizado estos últimos años han hecho la lectura más pausada. He privilegiado leer en inglés (poco acceso tenía a libros en español) y no ficción (¡estaba estudiando!). Molano, Reynolds, Graeber, Galeano, Singer, Macfarlane, Pollan, Anderson y Bingham: ¡todo esto fue no ficción! Tan solo London fue ficci´ón y tan hambriento de este género estaba que lo devoré en una noche. De todos estos autores solo 3 en español. ¡Espera! Hay otro punto en contra mía que me da vergüenza reconocer: ninguna autora… Un segundo, mientras reviso mi séptimo año, tres mujeres, mal todavía. Tres mujeres en dos años frente a diecinueve hombres; debería ser 50-50, que vergüenza. Volviendo al ruedo, cuando comparo mis años rápidos con mis años lentos, los más ágiles fueron hispanos y ficticios: libros en mi lengua madre (tanto traducidos como escritos en español) y mucha, muchísima, ficción.
Bueno, no fue mi mejor año como tampoco fue mi peor año. Aunque entre el ‘peor’ y este no haya habido mucha diferencia, leí y eso es ganancia. Mayor ganancia es este ejercicio: el que me esté sentando a reflexionar sobre mis acciones. Quiero pensar que el 7 es un número de buena suerte, que la fortuna me sonreirá en los meses que vienen. ¿Cuál es mi plan? Primero, hacer de la lectura un hábito: cada día separar algo de tiempo -media hora antes de dormir, o 45 minutos en un café- para sentarme con un libro, lejos del computador, de mis perros, con el celular en modo avión. Segundo, diversificar las tecnologías que utilizo. Pero, soy reacio a volver al ruedo de los audiolibros y el hueco de publicaciones pendientes de la era de los audífonos me advierte de los riesgos. Por tanto, es momento de invertir en un lector digital.
Tercero, la ficción se lee más rápido, ¡mucho más rápido! Además, cuando leo no ficción me pongo los lentes de nerdo, de ñoño: saco muchas citas, busco memorizar y reflexionar montones. Al final, hacer las entradas de un libro de estos me resulta bastante más complicado. Luego, leer en inglés, aunque mantiene ese muscle en forma y me prepara para la vida del siglo XXI, me toma mucho más tiempo. En conclusión, a leer ficción y en español. Por último, es menester, casi obligación, incluir más mujeres entre mis libros. Los números que tengo hoy son inadmisibles y más pensando que han habido, hay y seguirán habiendo mujeres tan tesas como Svetlana Alexiévich, Mary Shelley, Isabel Allende, Mary Louise Pratt, Maya Angelou, Simone De Beauvoir, Arundhati Roy, Zadie Smith, Piedad Bonnet, Ángela Becerra. También autores queer, indígenas, minorías, no puedo criticar La Lista por eurocéntrica, masculina y blanca y leer de este modo.
Para cerrar, no pienso volver a decir que ha sido un año malo, ni mucho menos una seguidilla de malos años: ¡he leído montones! Creo que cada año que pasa me alejo más y más del lector promedio. Ya no creo en estadísticas que hablan de número de libros ni de horas leídas pues siempre está esa letra menuda: ¿qué cuenta como un libro? Además, eso no es lo importante. Al leer he expandido la experiencia de mi paisaje, adentrándome en el pasado, acercándome a lo no humano; quiero creer que he crecido en empatía al leer de experiencias de vida que no podré sentir; he aprendido de historia global, un poco de física también; he podido ejercitar el músculo más importante, el de la imaginación, tan importante para la creatividad; me he divertido montones. He vivido un poquito más. Eso es, leyendo se vive un poquito más. Tal vez ese sea el resultado de todo este ejercicio.
A seguir leyendo.
Deja una respuesta
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.