“‘A aquel que lo tiene todo en orden le espera la victoria; a esto se le llama buena suerte. Para aquel que ha sido descuidado y no ha tomado las medidas necesarias a tiempo, el fracaso es una certeza absoluta; a eso se le llama mala suerte.’ […] Roald Amundsen escribió sobre cómo llegó a convertirse en la primera persona de la historia en alcanzar el Polo Sur.”. (p. 165)
163. Filosofía para Exploradores Polares – Erling Kagge
Caminar, caminar y caminar. Eso es lo que más hago. Tal vez lo que más disfruto. Especialmente es el caso cuando la caminata tiene algo de pendiente, algo de inclinación: si camino en busca de un cerro, de un mirador, de un glaciar, lo disfruto más. Cumbal, Farallones, Puracé, Tolima, algunos cerros a los que he llegado caminando. Farallones de Sutatausa, Caminos Reales, Páramo de Ocetá, otros espacios explorados a pie. Ese es el puente que quiero establecer hoy con Erling Kagge, el explorador polar: las caminatas, el cómo ambos aprehendemos el mundo con la cadencia de nuestros pies. Lo dijo Jean Jacques Rousseau, citado en una novela leída hace unos años: “No puedo meditar sino andando; tan pronto como me detengo, dejo de meditar; mi cabeza no funciona sino al compás de mis pies.”
Sin embargo, este Noruego es otro nivel: es un aventurero de profesión. Kagge, como bien nos recuerda en este libro y en su anterior El Silencio en la Era del Ruido, es un ser bastante especial: logró visitar los 3 polos; el norte, el sur, y ¿el de arriba? A lo largo de los años ha caminado durante días sobre glaciares, acampado a decenas de grados bajo cero, cursado océanos en veleros. Mientras tanto, yo solo soy un explorador de fin de semana y me enorgullezco de serlo; pues estas son las cosas que veo:
Hay otro libro en su repertorio, Caminar: Las Ventajas de Descubrir el Mundo a Pie. Así como algún día hablé del ‘Sello Posteguillo’, con Kagge pasa algo similar. Habiendo leído tanto Silencio como su Filosofía, tengo una idea de qué esperar de su libro Caminar: fotos de sus expediciones, hojas del libro de un amarillo pastel, ligeramente texturizadas, libros pequeños con escasos párrafos por página, amplios márgenes, anécdotas de las mismas expediciones. Y, tal como me pasa con Posteguillo: ¡leeré de nuevo a Kagge! Será pasarme por alguna librería capitalina y conseguir tanto este libro como Roma Soy Yo que ya está disponible.
“… es innegable que es más sencillo mostrar valor cuando tenemos la recompensa asegurada”. (p. 80)
Ahora bien, he de ser honesto con unas emociones que habitan en mí: la rabia y los celos que palpitaban al leer. ¿Por qué? En mis andanzas había tenido ya reflexiones de esta índole. Así como Tensing Norgay y Edmund Hillary, Erling Kagge se preparó, vivió una aventura y habló sobre ella. En cambio, el George Mallory de esta historia lo conozco bien. Afortunadamente, este Mallory carece de tragedia, pero está cargado de la sensación de lo inconcluso -con incomodidad, rabia y celos.
A diferencia de Kagge, no me habría atrevido a llamar a las reflexiones de la altura una filosofía, sino tal vez meditaciones como ese emperador Marco Aurelio. Tal vez lo he llamado delirios de soroche. Pensamientos migratorios que pasaron por mi mente o habitaron las conversaciones con amigos mientras caminábamos por bosques andinos, entre frailejones o en un paisaje agrícola. ¿Algunos ejemplos? No es poco común, ni mucho menos difícil hablar de la importancia de madrugar cuando se tiene una expedición; especialmente en un país tropical donde las horas de luz están contadas. Tampoco han faltado reflexiones sobre la soledad, la incomodidad, los pequeños placeres, el fracaso.
“Una de las principales ventajas de no tener miedo de nuestra propia grandeza es que dejamos de temerla en los demás”. (p. 56)
Kagge supo poner en breves y precisas palabras esas emociones que experimentamos quienes buscamos ese reto que son las aventuras al aire libre. 16 capítulos. En 16 cortos ensayos plasmó sus reflexiones. Y, más importante aún, él no tuvo miedo -a su grandeza- y escribió sus reflexiones, publicó su filosofía. Una filosofía que muchos otros caminantes habrán leído ya y pensado: ‘sí, ahí están mis ideas, ahí están mis emociones, estoy de acuerdo’. ¿Posteriores o nacidas durante sus expediciones? Eso tal vez lo sabe sólo él. Eso, de pronto, ni siquiera lo sabe él. Hay ideas que nos habitan de manera inconsciente; otras tardas kilómetros en madurar. Pero, ¿acaso importa?
“Dicho de otra forma, el optimismo es el convencimiento de que las condiciones pueden mejorar y mejorarán. Pero es obvio que ser optimista no debe significar ser descuidado.”. (p. 42)
En ocasiones un autor logra precisamente eso: adelantarse. Poner en palabra escrita una informe nube mental, espiritual, física. Quien escribe toma riesgos al separar el tiempo para sentarse a escribir; una cantidad de tiempo desconocida, y que no suele ser poca. Un trueque: el autor intercambia parte de su vida para que otros vivan más. Todo esto en una simple serie de carácteres que serán sonidos y contendrán un pedacito de la experiencia humana. Un puñado de la experiencia humana vivida o imaginada -o, lo que es lo mismo: escribir no ficción y ficción. Entre un alquimista y un escritor hay poca diferencia.
De nuevo, un libro prestado sobre experiencias compartidas: entre Kagge y yo, entre mis amigos y yo, entre otros expedicionarios y Erling, entre quien lea y el autor. Un libro que un amigo me extendió una tarde en su casa. Un amigo de caminatas con quien comparto no solo horas bajo la llovizna de páramo, sino también la pasión por los libros. Con quien intercambio libros a menudo. De hecho, apenas terminé de leer Filosofía para Exploradores Polares, me puse a la labor de hacer el debido rescate -uno no debe prestar libros sin tener un libro de la otra persona en sus manos: es nuestra salvaguarda que el libro regresará; algo así como un intercambio de prisioneros.
El libro que debía reclamar era La llamada de la Naturaleza de Jack London. Para mi sorpresa este libro pasó de una mano a la siguiente, sin posarse en la mía: de un amigo aventurero y montañista a otro. Mejor travesía no puedo haber deseado para uno de mis libros. Para eso son los libros: para intercambiarlos, leerlos en compañía, hablar sobre ellos, estar con las personas. Así parezca que al leer -o al estar en una montaña- se escapa de la vida en sociedad, no se podría estar más equivocado: se está solo para poder estar más plenamente cuando se está con los otros. Yo creo que Erling aprovaría esta reflexión.
Bibliografía:
- Filosofía Para Exploradores Polares
- Erling Kagge
- Penguin Random House
- 2019 (2021 esta edición y traducción al español)
- Madrid
- 214 páginas