“Espero poder confiártelo todo como aún no lo he podido hacer con nadie, y espero que seas para mí un gran apoyo.” (pág. 11)
12 de Junio de 1942
83. Diario – Ana Frank.
Lo leo, pienso al respecto, lo recuerdo y todavía no puedo comprender: ¿cuál fue la necesidad de todo esto? Hace unos meses, mucho tiempo después de leer este libro, caminaba por las calles de pequeños pueblos y grandes ciudades, mirando mis pies, y aquí y allá veía esos adoquines dorados con nombres, apellidos, fechas de nacimiento y de defunción; un trabajo producto de memoria y honra del artista Gunter Denmig, ayudado luego por Michael Friedrich por lo colosal de la labor.
Con todos estos adoquines que me crucé, en varios países, las fechas no mentían, los nombres tampoco: el holocausto. Palabra que significa: todo, quemado; completamente incinerado. Tiempo atrás, era un tipo de sacrificio religioso que involucraba llamas. Hoy, lo conocemos como algo más, así el fuego siga estando presente. La palabra se refiere al genocidio judío, la destrucción sistemática de cuerpos roma, polacos, y serbios, el asesinato de Estado de disidentes políticos y comunistas, la eliminación de la vida por orientaciones sexuales o por vivir con discapacidad…
“Pero no nos importaba la impresión que dejáramos, queríamos irnos, solo irnos y llegar a puerto seguro, nada más.” (pág. 33)
Es un capítulo dentro de la historia de la Segunda Guerra Mundial que ha hecho complejo ese esfuerzo por mantener el culto a la guerra, tan presente en nuestra historia. La muerte de civiles había sido siempre una posibilidad dentro de todo conflicto bélico: mujeres, niños, ancianos, no combatientes. Muertes accidentales -que hoy día se llaman daños colaterales a pesar que la tecnología nunca había sido tan costosa ni inteligente. Pero, ¿cuándo antes se habían visto al sistemático orden del Estado y a todas las conquistas de la técnica al servicio de la muerte? Sí, Sr. Zweig, nos destruimos el alma.
“Podría estar horas contándote sobre las desgracia que trae la guerra, pero eso haría que me desanimara aún más. No nos queda más remedio que esperar con la mayor tranquilidad posible el final de toda esta desgracia. Tanto los judíos como los cristianos están esperando, todo el planeta está esperando, y muchos están esperando la muerte.” (pág. 96)
Y así y todo la guerra sigue causando fascinación, aplauso, alabanzas. Tristemente, su culto es casi omnipresente en nuestra tradición occidental; incluso en ese subgénero que es la esfera latinoamericana. Desde los poemas épicos que cimientan la tradición greco-romana, como La Ilíada, pasando por los principales personajes de la historia Europeo-mundial. Casi siempre hombres, la gran mayoría de las veces guerreros, seres violentos vueltos héroes por esta idolatría de la muerte a manos del hombre. Una cultura que se asegura de replicarse una y otra vez al leer y memorizar las vidas de Augusto y sus hazañas de conquista, pillaje, dominación. Es casi como si la historia de Occidente fuese la de la violencia, la de la violencia política, la de la violencia sistemática. Ni hablar de la tradición religiosa. Tanto en el universo pre-Cristiano como en el Cristiano la violencia está en cada mito y página.
“La Tierra seguirá dando vueltas aunque yo no esté, y de cualquier forma no puedo oponer ninguna resistencia a los acontecimientos. Que sea lo que haya de ser, y por lo demás seguiré estudiando y esperando que todo acabe bien.” (pág. 207)
Solo es ver el contexto colombiano, la historia de este país: muerte, sufrimiento, amenazas, desplazamientos. El siglo XX se cuenta como una sucesión de guerras civiles y masacres. Es como si nuestra historia colectiva fuese solamente eso: la de la Guerra. Nuestra identidad estando indisolublemente atada a cometer actos atroces, ser víctimas o colaboradores; colaborando con nuestra palabra, o con nuestro silencio.
“Por otra parte, creo que toda desgracia va acompañada de alguna cosa bella, y si te fijas en ella, descubres cada vez más alegría y encuentras un mayor equilibrio. Y el que es feliz hace feliz a los demás; el que tiene valor y fe, nunca estará sumido en la desgracia.” (pág. 237)
Todo esto, un mensaje: la violencia como ejercicio de poder, cimentador de poder y ejecutor de ese poder. Mucha violencia, pero cada vez menos actores ejerciéndola. Por tanto, el romanticismo, la oda, la defensa, la justificación, de la violencia es un imperativo político. Curiosa danza: ensalzarla, y monopolizarla. ¿El resultado? La violencia, buena, es la nuestra. Pero, ¿después de la muerte de inocentes, de niños, cómo poder defenderla? Para mí eso es este libro: un manifiesto antibelicista.
La historia de Anne Frank la conocemos todos. Es, tristemente, un clásico: un libro que hay que leer -sí o sí- al abordar la historia de la Segunda Guerra Mundial. Es muy difícil ser crítico con este libro: no es literatura, es la conversación privada de una niña, apenas una adolescente. ¿Qué decir ahí? Nada. Anhelar. Alentarla a seguir escribiendo así sea en nuestros sueños. Es simple y llanamente lo correcto: honrar su legado y trabajar por otro destino a los niños que vendrán. Dan ganas de llorar. Da asco que una vida termine de esta manera. Pero, fueron millones: eso es injustificable, inaceptable, ¿imperdonable? Todo esto es para no repetir. Buscar la no repetición. ¿Escuchan colombianos? ¡La no repetición! ¿Cómo se repararon estas sociedades? ¿Podrían enseñarnos a no adorar la muerte? ¿A no hacer más sacrificios de humanos?
Ahora bien, ¿qué sigue pasando hoy que sea comparable a esta situación? No comparable en su carácter, ni mucho menos en su volumen sino en su esencia: ¿existe algo, una atrocidad, que esté siendo cometida, y miles estén permitiéndolo vía acción e inacción? Yo creo que la respuesta es afirmativa, es solo mirar nuestro planeta, el futuro de las especies que en él viven, el uso permanente de biocidas. Pero, ¿cómo evitar el camino al cual nos dirigimos? ¿Cómo evitar la destrucción de nuestro futuro?
Citas:
“Me condeno a mí misma en miles de cosas y me doy cuenta cada vez más de lo acertadas que son las palabras de papá, cuando dice que cada niño debe educarse a sí mismo. Los padres tan solo pueden dar consejos o recomendaciones, pero en definitiva la formación del carácter de uno está en sus propias manos.” (pág. 363)
Bibliografía:
- Diario
- Ana Frank (Anne Frank)
- Penguin Random House Grupo Editorial
- Originalmente 1944, mi edición es de 2016
- Impreso en Colombia
- 440 páginas (incluyendo la guía didáctica, vocabulario y la sección otras publicaciones que hacen parte de esta Edición Escolar)
Fuentes revisadas:
- (26. 11. 2019). «Adoquines en Honor a las Víctimas del Holocausto». Deutschland.de, Visitado por última vez el 10 de Mayo de 2022, extra´ído de la red virtual de: https://www.deutschland.de/es/topic/politica/alemania-europa/adoquines-en-honor-de-las-victimas-del-holocausto