Che Guevara – Jon Lee Anderson    

Che Guevara: Una Vida Revolucionaria – Jon Lee Anderson

Che Guevara sigue la Vida Revolucionaria de un rostro de mirada desafiante, barba desordenada y una boina que lleva una estrella. Una imagen que en mis viajes por América he encontrado una y otra vez: estampado en una pared de la Universidad Nacional de Bogotá; presente en toda tienda de camisetas en las zonas comerciales de Buenos Aires; en Samaipata (Bolivia), entre suvenires y publicidad, invita a los turistas -la mayoría hijos de los imperios europeo y estadounidense- a hacer la última ruta del “guerrillero histórico”. Hace poco lo vi transmutado en un simio con la inscripción “Viva la Evolución”. Es el rostro de Ernesto Guevara, convertido en el Che desde su entrenamiento en México, elevado a celebridad con la Revolución Cubana, luego vuelto leyenda.

“Siguió la búsqueda, pero no fue hasta julio de 1997, tras dieciséis largos meses de pesquisas, cuando, dentro de una fosa común los investigadores dieron con el objetivo principal de su búsqueda: el esqueleto de un hombre sin manos”. (p. 13)

Mi primer acercamiento con esta historia fue gracias a la película Diarios de Motocicleta (2004, Walter Salles), sobre los viajes del joven Ernesto y Alberto Granados desde Buenos Aires hasta Venezuela. Una suerte de largometraje de ese cuadro Nuestro Norte es el Sur (Joaquín Torres García), dónde épicos y exuberantes paisajes contrastan con miserables condiciones de vida recordando la filípica de Eduardo Galeano “somos pobres porque es rico el suelo que pisamos”. Fue pensando en mi propio sueño de recorrer “la espina dorsal del planeta” a pie, intentando seguir el camino del Inca, revisitando la historia común, sus venas subiendo apus antes venerados hoy escalados por turistas; fue pensando en ese sueño que busqué el libro de Anderson -a quien gustosamente ya había visto junto a Moíses Naím (El Fin del Poder) en 2015 en Cartagena. ¿Será que el sueño de recorrer Sudamérica viene del impacto que esta película causó en mí siendo un adolescente? Seguramente, pero esta entrada es sobre el libro de Anderson.

“Aunque novedosos para los Guevara, estos contrastes de la vida urbana se convertían en un rasgo típico de la Argentina y de toda América Latina. Desde fines del siglo XIX, los cambios económicos, la inmigración y la industrialización habían provocado una alteración drástica en la proporción entre la población rural y urbana; agricultores pobres migraban del campo a las ciudades en busca de trabajo y un mejor nivel de vida. Muchos iban a parar a las villas miseria, los barrios de chabolas que aparecían en Córdoba y otras grandes ciudades argentinas”. (p. 41)

Ahora bien, que curiosa y tristemente similar suena la América Latina de la juventud y vida de Guevara con la que yo he vivido y recorrido -y añoro ayudar a cambiar. Regímenes corruptos cooptados por élites conservadoras que usan la función pública para enriquecerse a sí mismos, sus familias y amigos. Dinastías políticas que se crean a través de un entretejido de nepotismo, favores, intrigas, y poquísimas obras, casi nulos cambios en la realidad de vida de los ciudadanos de a pie. Miles viviendo en unas condiciones de vida que no reflejan lo esperado de un tiempo de bonanza, lujo y derroche como el actual. Visiones de vida y políticas públicas diseñadas siguiendo dictámenes extranjeros: que volvieron una planta sagrada “una mata que mata”, cualquier política social la maldad personificada del Comunismo-Castrismo-Chavismo-Socialismo, cualquier propuesta de redistribución… bueno, mejor ni hablar de eso. En fin, ha sido más de una década perdida en América Latina.

Sin embargo, ¿es la salida de esta situación latinoamericana algo que lograrán un puñado de arrebatados varones ciegos por una utopía, la mayoría de ellos, dejando atrás familias, amigos y comunidades, actuando tal cuál como lo han hecho egoístas y sociópatas apodados “héroes” por años? [Para una reflexión sobre ese líder político-militar llamado héroe no puedo dejar de recomendar el libro La Máscara del Mando: Un Estudio Sobre el Liderazgo de John Keegan.] Cuál camino es mejor para el cambio social: ¿uno veloz y violento como el propugnado por el Che, o uno más lento y progresivo como el que sugiere Alejandro Gaviria (Alguien Tiene que Llevar la Contraria)? ¿Hasta que punto no es mejor una construcción de metas colectiva, dónde haya debate, discurso público, intercambio de ideas, negociación y compromisos? Pero ¿cómo hacerlo en lugares violentos, dónde la vida no está asegurada? ¿Cómo hablar de cambio dónde tan pocos tienen tanto por perder y tantos tanto por ganar? ¿Cómo transformar América Latina? ¿En qué transformarla? ¿Quién lo decide? ¿Quién lo lleva a cabo?

Esta miríada de preguntas me llevan necesariamente a pensar en mi propio país, en mi propia casa: Colombia, un lugar dónde tantas cosas deben cambiar… Añoro regresar a Sudamérica y poner mi grano de arena en la construcción de un futuro. Pero, es tan tentador el sueño que presenta el norte: sociedades dónde se puede vivir entre el lujo material, dónde la calidad de vida es una realidad, dónde expectativa de vida no se refiere a un “espero llegar vivo”, dónde el Estado no es fuente de riesgo. Ni hablar del cambio de vida que experimentan las mujeres en este contexto. Yo quiero volver y quiero hacer algo, pero hay tantos peros.

Por encima de todo América Latina necesita inspiración, necesita soñar, para eso sirven los mitos, para eso está el revolucionario e idealizado Ernesto “El Che” Guevara. Pero, para eso también está el libro de Anderson quien nos recuerda el lado humano y no tan romántico del Che, de Fidel, de todos esos individuos que ‘han escrito historia’, pero que también han abandonado familias, denigrado amigos, perseguido opositores, obrado fanáticamente, traicionado naciones.

Citas:

  • “En la América Latina de posguerra había pruebas de sobra para alimentar esas concepciones. Ernesto llegaba a la madurez en la época en que Estados Unidos, al alcanzar el apogeo imperial, fomentaba agresivamente sus intereses económicos y estratégicos combinados en la región con escasa contemplación en la reforma social o política local. En el clima anticomunista de la guerra fría, la lógica de seguridad nacional servía para justificar el apoyo norteamericano a dictaduras militares de derecha (Anastasio Somoza en Nicaragua, Rafael Trujillo en la República Dominicana, Manuel Odría en Perú y Marcos Pérez Jiménez en Venezuela) a expensas de los regímenes nacionalistas o de izquierda”. (p. 62)
  • “Por primera vez en su vida adulta, Ernesto había presenciado la amarga dualidad de su país al cruzar el límite de su cultura transplantada de Europa, que a la vez era la suya, para penetrar en su desconocido y atrasado interior indígena. Para Ernesto, la iconografía de la moderna nacionalidad argentina era un barniz superficial, “la lujosa cubierta” sobre el “alma” verdadera del país; y aquella alma estaba podrida y enferma”. (p. 71)
  • Sobre los fusilamientos: “Según [Nicolás] Quintana: “El Che me dijo: “Vea, las revoluciones son feas pero necesarias, y parte de ese proceso revolucionario es la injusticia al servicio de la justicia futura.” Jamás podré olvidar esa frase. Respondí que ésa era la Utopía de Tomás Moro. Dije que a nosotros [la humanidad] nos habían jodido con ese cuento por mucho tiempo, por creer que obtendríamos algo no ahora, sino en el futuro. El Che me miró por un largo rato y dijo: “Ajá. Usted no cree en el futuro de la revolución.” Le dije que no creaía en nada que se basara en una injusticia. “¿Aunque esa injusticia sea saludable?, preguntó el Che. “A los que mueren no se les puede hablar de injusticia saludable”, respondió Quintana. La respuesta del Che no se hizo esperar: “Tiene que irse de Cuba. Una de tres: se va de Cuba y de mi parte no hay problema; o treinta años [de cárcel] en el futuro inmediato; o el pelotón.”. (p. 436)
  • “Si alguien no había comprendido el verdadero sentido de su teoría, reiterada y pulida a lo largo del tiempo, en aquel momento acababa de expresarla en términos inequívocos. La batalla global contra el imperialismo era una lucha por el poder mundial entre dos fuerzas históricas diametralmente opuestas, y no tenía sentido prolongar la agonía del pueblo mediante intentos vanos de forjar alianzas tácticas a corto plazo con el enemigo ni estrategias de apaciguamiento como la ‘coexistencia pacífica’. Las raíces de los problemas persistían y provocarían conflictos inevitables; con la moderación se corría el riesgo de darle al enemigo la posibilidad de tomar ventaja. La historia, la ciencia y la justicia estaban de parte del socialismo; por consiguiente, éste debía librar la guerra necesaria para triunfar, cualesquiera que fuesen las consecuencias, incluso la guerra nuclear. El Che no temía ese desenlace y decía a los demás que tampoco debían temerlo.”. (p. 568)
  • “Una extraña simbiosis vincula a todos los que conocieron al Che, fuese como amigos o enemigos: no sólo los une el respeto por él, sino también, en muchos casos, la conciencia de que si alguna vez se escriben sus necrológicas, será porque tuvieron algo que ver con el Che.”. (p. 700)

Bibliografía:

  • Che Guevara: Una Vida Revolucionaria
  • Jon Lee Anderson
  • Editorial Anagrama
  • Barcelona
  • 2006
  • 753 páginas (que incluyen una sublime bibliografía y un extenso listado de nombres)

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