Crimen y Castigo de Fyodor Dovstoyevsky fue mi primer acercamiento (consiente y por decisión propia) a la vasta literatura Rusa. Es más, creo que es mi primer acercamiento a algo Ruso que no sea desde la pantalla grande estadounidense (por cierto, como es de buena Enemy at the Gates, 2001, Jean Jacques Annaud, pero ésa es americana)… Lo único otro ‘ruso’ antes de esto fue un film, Noveno Pelotón, sobre la invasión soviética a Afganistán (altamente recomendado) y Leviatán pero esa película está reposando sobre un mesón en mi casa hasta que logre saber cómo poner los subtítulos en español, entonces no cuenta…
¡Oh incultura mía! ¡Desconocimiento eterno! La estupidez y la ignorancia humanas son lo único infinito. El universo debe tener sus fronteras, de esto ¡estoy seguro!
Este libro, escrito en la época imperial honesta y transparente de Rusia (le decían a los demás lo que eran) con su Zar y su familia, una época de dificultades económicas, de toma de conciencia política de la población, de inequidad. Este libro es… ¡bastante tedioso de leer! ¡Rodyon! ¡Por favor hermano! El libro cuenta con largos diálogos y las velocidades de la narración son inconstantes, indudablemente esto es intencional para ponernos en los zapatos del personaje, pero lo vuelve muy visceral…
Dostoyevsky nos lleva a un San Petersburgo (posteriormente Leningrado) de la segunda década del Siglo XIX. Al nicho de una familia humilde – como al parecer todos lo son en este momento en Rusia- llena de estrecheces financieras, actos humanos nacidos de la humildad y en acciones sin interés alguno, de camaradería, apoyo, lazos, cercanía.
La historia sigue a “nuestro héroe” (como en muchas oportunidades el autor lo llama) en un proceso de culpa y auto flagelación tras la comisión de un crimen, de un crimen ‘atroz’ (los hay peores, en eso concordé muchas veces con Rodka). Debería esta culpa, esta conversación interna, este monólogo, darnos cuenta de lo duro que puede ser el castigo auto infligido, aludiendo el autor a que en últimas podemos ser jueces de nuestras propias acciones; y, el juez más severo por cierto. Una visión bastante interesante de la naturaleza humana y de cómo podemos acercarnos al bien y a juzgar nuestras propias acciones.
También el libro (y sus personajes) puede llegar a tornarse pesado. Varias veces me sentí siguiendo a un esquizofrénico o un paranoide, casi que un bipolar, quién sin más fundamento que una pseudo teoría de la ética de unos ‘pro-hombres’, creía fundamentada su acción -¡que justificación más rara para tamaña acción! Raskolnikov parece a ratos un sociópata, un desperdicio de la sociedad. Un personaje bien complejo, bastante imperfecto él, bastante humano tal vez.
Lo que hace Dovstoyevsky al meternos en su cabeza, en un diálogo incesante, ininterrumpido, aleatorio, de ideas, miedos, decisiones, temores, incertidumbres, lleva al lector a sentir mucho. Da la impresión de que el personaje no está allí cuando se encuentra en alguna de las escenas de la novela, que simplemente sus pensamientos se lo han llevado a otro lugar. Algo como las personas a quienes a veces nos topamos que tienen tanto en la cabeza, o algo tan fuerte les ha ocurrido recientemente, que son incapaces de estar presentes.
No logro saber si estas apreciaciones tan fuertes se deban al distanciamiento con el contexto en el cuál se enmarca la novela, a prejuicios (pues sé que Dovstoyevsky también escribió sobre ludópatas), o simplemente que ella y yo no compaginamos. Pero, con frecuencia le encontré el lado malo: los personajes me parecieron pesados, incomprensibles, inidentificables, imposibles de predecir, sus acciones injustificadas, los diálogos eran lentos, algunas narraciones fueron bastante interesantes, pero el relato podía perderse –y con frecuencia lo hacía- en nimiedades y asuntos completamente ajenos a la trama…
Tal vez una segunda lectura después de algunos libros de Gorki, Tolstoi o Solzhenitsyn, cuando tenga algo más de contexto, pueda llevarme a disfrutarla más. Después de una imagen más clara de dónde está siendo situada la historia -pues tal como lo dije antes los ojos con los que he visto a Rusia nunca han sido los suyos, tampoco los míos, sino unos completamente ajenos y cargados de prejuicios- tal vez entonces entienda. Seguramente después de un Madre, de un Archipiélago de Gulags, tras Anna Karenina o Guerra y Paz. Después de esos sí podré absorber enteramente esto que Dostoyevsky me quiso presentar a través de este atípico personaje que es el señor Rodión Románovich Raskólnikov.
En cuanto al libro físico, este libro fue prestado, por una amiga, que ya no me quiere hablar (hubo castigo sin crimen), a ella le presté uno de mis favoritos Las Intermitencias de la Muerte. Le devolví Crimen y Castigo muy deteriorado, culpa de una mala edición, casi todo el prólogo se zafó durante la lectura… ¡Ay, como me dolieron esas costuras!
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