157. El Amor en los Tiempos del Cólera
De qué manera se precipita un libro cuando uno se acerca al cierre. Empezar es siempre una difícil labor: es como con un cerro, pero el movimiento invita al movimiento. Cada página llega con algo más de presteza que la anterior. Luego, viene el hito que es llegar a la mitad del libro: aquel espacio dónde ambas palmas cargan el mismo peso, el mismo volumen de hojas. De repente, comienza la cascada y cada página parece arrastrar consigo otras cinco, o tal vez 15. En fin, no es sino leer la página que marca la mitad, y ese libro está básicamente terminado.
Con El Amor en los Tiempos del Cólera, de Gabriel García Márquez, esto me ha pasado ya dos veces. Ambas lecturas han sucedido en condiciones semejantes. La primera vez estaba en Buenos Aires, la capital de los argentinos, que resulta ser una ciudad minada de librerías nuevas y de segunda: hay centros comerciales, callejones y avenidas flanqueadas por estos locales libreros. Dentro de cada una hay miles de libros, de todo tipo, de muchísimos años de edición. La gran mayoría de ellos en español, y de una variedad a la cual no estaba acostumbrado -ni preparado. En mi barrio, a menos de 5 minutos caminando de mi piso tenía dos librerías. Una, pequeñísima, parecía un clóset, alto, con dorsos en vez de bolsos. Otra, bastante más organizada, bastante más larga, bastante más aburrida.
En mi pequeño baúl de libros, la librera y el librero (quienes se turnaban el dominio sobre este Luxemburgo) me abrieron las puertas de miles de universos: el de Pamuk, por ejemplo, me llegó a través de ellos. Al final de mi estadía en la ‘ciudad de la furia’ viajé con kilogramos de libros. Allí también llegó a mí esta novela de García Márquez. Fue leída en mi balcón, mirando a lontananza, desde un piso 17 desde dónde veía destellos del Río de la Plata, a veces con un poco de cerveza, otras con un poco de vino. Así leía yo, casi siempre muerto de frío, y abrumado de soledad.
Luego, media década después, volví a conseguir este intrigante libro. En esta segunda ocasión me encontraba de nuevo lejos, lejísimos de casa: estaba en Roma. Visitando la ciudad eterna resolví buscar una librería de libros de segunda. Las extrañaba montones. En Dinamarca no encontré librerías como las viví en Buenos Aires, ni libreros como los de Colombia. Pero, a orillas del Tiber estaba Open Door Bookshop, una librería que busqué con saña, no encontré y me topé cuando ya no la estaba buscando -y lo hice en repetidas oportunidades. Allí encontré un piccolo tesoro. Una seria librera que supo asesorarme con paciencia y luego indicarme dónde estaba aquello que buscaba: literatura en Español. Salí con dos libros: uno de un Premio Nobel de Literatura nacido en el Perú, el otro de uno oriundo de Aracataca.
Mi plan con este libro -sí, uno tiene siempre ambiciosos planes con sus libros- era leerlo en las noches, guiando a alguien en ese inmisericorde laberinto que es el Español. Me las dí de Ariadna; terminé leyendo solo. Pronto mi compañera se aburrió de mi falta de paciencia y El Amor en los Tiempos del Cólera pasó a ser mío, completamente mío. En las noches, después de largas jornadas entre las montañas de Croacia, dónde viví y trabajé en granjas durante el verano boreal, era mi consuelo cuando el cuerpo no me daba para hacer más, pero la mente se negaba a descansar -¡y las pestañas cooperaban!
La guerra y la pobreza, siempre como telón de fondo, dan la certeza que estamos en Colombia; éstas, dos condiciones que han sido el fondo de nuestra historia común como nación. Y sí, la desigualdad presente en El Amor en los Tiempos del Cólera, de ricos hablando en idiomas foráneos por calles derretidas y mal pavimentadas, mientras pobres viven en casas de latón. Esa es una realidad de este país, eso no fue imaginación del autor.
“Voy a cumplir cien años, y he visto cambiar todo, hasta la posición de los astros en el universo, pero todavía no he visto cambiar nada en este país -decía-. Aquí se hacen nuevas constituciones, nuevas guerras cada tres meses, pero seguimos en la Colonia.”. (p. 355)
Cuando lo leía, intentaba sin éxito adivinar el año y el lugar en el que está sucediendo la historia. Hay algunas claves con respecto a la época. Están las difusas de ambientación, como también unas más específicas: nostalgias sobre la pérdida de la Guerra de los Mil Días: menciones a libros como Sin Novedad en el Frente que fue publicado por primera vez en 1929, o un comentario suelto sobre el fin de la hegemonía conservadora por allá en 1930.
Luego, estaban los destinos. García Márquez nombra ciudades y pueblos por los que he pasado, que he visitado. Está el colorido barrio Cartagenero de Getsemaní, dónde tras una fuerte gentrificación hoy es posible disfrutar de una cena por la mitad de lo que gana un Colombiano promedio en un mes -¡tremendo desarrollo! También nombra a Turbaco, un pueblo que conozco solo por las placas de carros y camiones. Sus personajes visitan pueblos de la Sierra Nevada. Hasta Valledupar es mencionado; dónde tantos días de calor sofocante he pasado. Está Magangué, esa ciudad a las orillas de un río dónde se tomaba el ferry a Mompox -y hoy se toma un puente-, y “donde nació Mercedes” (p. 455), la compañera de vida de Gabriel. Pero ¡carajo! Tanto he pensado que la historia sucede en Cartagena de Indias, pero está esa cita, una frasecilla huérfana que lo cambia todo.
En esta ocasión, este libro me causó una tremenda nostalgia por Colombia. Con él recordaba la historia que me han enseñado, y las historias que he escuchado. Añoraba pasarme por tierras y ver horizontes ya mencionados. Pasando sus páginas volvía a momentos. Como el haber escuchado esta frase de boca de un hoy candidato presidencial, antaño escritor, profesor y decano: “Cada quien es dueño de su propia muerte, y lo único que podemos hacer, llegada la hora es ayudarlo a morir sin miedo ni dolor” (p. 20). Una oración tremenda en un país dónde religión, sociedad y pasado determinan tanto la vida de una personas.
Lo más fuerte de esta experiencia lectora, que me trajo a Colombia, fueron los sonidos que evocaba en mi cabeza: canciones que se reproducían. Leyendo me encontraba parafraseando otra canción; una bien conservadora y algo miedosa. Un himno, más que una canción, que me trajo de corazón al Quindío, donde también yo entre cafetos y guaduales espero «enterrar mi corazón». O como aquel vallenato que vuelve constantemente en la historia: ¡la Diosa Coronada! O, una mención a una flor que me lleva a un bolero de dos gardenias. Finalmente, la frase que sirvió de estocada: ‘La Tierra del Olvido’.
“Tú tienes la llave de mi corazón
Yo te quiero
Más que a mi vida porque sin tu amor
Yo me muero»
Carlos Vives (1995)
Colombia, cuánto te he extrañado. Este fue el último libro que leí antes de volver. Después de estar 3 años por fuera de casa. Así y todo, con este libro continuaba esa confirmación perpetua de la experiencia europea:
“Sin embargo, cuando [Fermina Daza] regresó a casa abrumada por tantas experiencias juntas, cansada de viajar y medio adormecida por el embarazo, lo primero que le preguntaron en el puerto fue cómo le habían parecido las maravillas de Europa, y ella resolvió muchos meses de dicha con cuatro palabras en su jerga caribe: – Más es la bulla.”. (p. 220)
‘¡Eureka!’, escribí al final de ese párrafo.
Citas:
- “Otra cosa bien distinta habría sido la vida para ambos, de haber sabido a tiempo que era más fácil sortear las grandes catástrofes matrimoniales que las miserias minúsculas de cada día. Pero si algo habían aprendido juntos era que la sabiduría nos llega cuando ya no sirve para nada.”. (p. 43)
- “Le bastó con un interrogatorio insidioso, primero a él y después a la madre, para comprobar una vez más que los síntomas del amor son los mismos del cólera.”. (p. 89)
- “Era todavía demasiado joven para saber que la memoria del corazón elimina los malos recuerdos y magnifica los buenos, y que gracias a ese artificio logramos sobrellevar el pasado.”. (p. 146)
- “Sin darse cuenta, empezaba a diferir sus problemas con la esperanza de que los resolviera la muerte.”. (p. 419)
Bibliografía:
- El Amor en los Tiempos del Cólera
- Gabriel García Márquez
- Penguin Books USA
- Nueva York, Estados UNidos
- 1985
- 461 páginas
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