El Castillo.

El Castillo de Franz Kafka.

Esta es la novela que me faltaba de Kafka dentro de La Lista de las Mil Novelas que Hay que leer. Es la última mención de nuestro célebre autor dentro de la lista. Aunque por mi parte no he agotado su obra y lo continuaré leyendo.

¡Diantres sí que fue complicado terminar este libro! No solo es pesado por sí solo, sino que cuando lo tengo en mis manos, lo saco de la biblioteca, lo llevo a casa a leerlo, alguien más lo pide y no puedo renovarlo… ¡Tuve que devolverlo para luego volverlo a pedir! Sensación comparable solo a morder un dulce y tener que devolverlo porque lo descubrieron comiendo en clase; o, peor aún, cuando un amigo lo descubre a uno comiendo y pide entonces toca compartir. ¡Así se siente! Es algo que uno hace con una sonrisa irónica, cargada de inconformidad.

Cuando sucedió esa interrupción quedé en el Capítulo 16 página 283. Precisamente por eso mencionó El Castillo cuando leí La Metamorfosis, estaba esperando a que me lo devolvieran. Esa pausa me dio para leer dos libros… ¡Al parecer no todo es color de rosas al pedir libros públicos! Uno se puede demorar eternidades leyendo un libro y eso no importa. ¡Sin embargo, cuando hay que entregárselo a alguien más atacan los celos! Pero si YO lo estoy leyendo. Pero si ese libro lo pedí YO. ¿Por qué no evolucionar también en esto y volvernos un poco más laxos con los libros?

¿Compartir los libros? ¡Eso sí JAMÁS!

A propósito de la lectura de este libro quiero profundizar en una anécdota que empecé en la última entrada sobre Kafka. Un día, hablando con un compañero de clase que me preguntó qué andaba leyendo, le dije que El Castillo de Kafka. “¿Y qué tal?” –preguntó. A lo que respondí: “tedioso, angustiante, lento…” A lo que me responde: “¿No es acaso esa la idea de Kafka? Llevar al lector a sentir en piel propia la angustia de sus personajes”.

[Se hace silencio en mi mente mientras se reproduce al fondo una detonación nuclear]

Esa idea me quedó resonando en la cabeza, dándome vueltas una y otra vez a lo largo de la lectura. Y sí, tenía razón, tenía mucha razón el escuincle ése -yo estaba desacreditándolo por su edad, ésa fue una prueba de humildad. Y sí, Kafka hace eso, tanto en El Castillo como en El Proceso como en La Metamorfosis.

Aunque tienen puntos en común, El Proceso me gustó más que este último. Ya que lo pienso, fue justamente porque veía reflejada mi historia de ese momento con lo que le estaba sucediendo al personaje principal. Entonces, era como repetir las emociones del día al terminar la jornada, esta vez en los zapatos de alguien más. Nunca supe qué recomendarle a K. así como tampoco supe qué hacer yo. Las emociones desagradables del día, las reales, resonaban con las emociones ficticias; ambas se sentían demasiado parecidas. ¿Cómo distinguir entonces ficción de realidad? Volviendo al ruedo, mi historia me enervaba, entonces ante las semejanzas con la suya generé repulsión.

Nuevamente, nuestro protagonista es K -no sabría decir si el mismo, porque el otro Josef K. muere como un cerdo en El Proceso, pero puede ser una serie y así la cronología cuadraría… La agonía de este personaje es un empleo como agrimensor que le fue encomendado por un castillo. Más bien, su labor le fue encomendada por un personaje dentro del castillo, él no sabe quién. Solo sabe que le convocaron y allí llegó. K. sufrirá mucho intentando ponerse al tanto de las costumbres locales, las leyes (tanto escritas como no), la relación entre el poder y la población, entre súbditos y soberanos.

Kafka pone al lector a pensar sobre la naturaleza del poder. De la burocracia como instrumentalizador y entorpecedor del poder. Sobre la relación del individuo ante las instituciones. Sobre la burocracia como motor y como freno del poder: algo que a la vez lo pone a andar, pero, ralentiza su andar. En poco menos de una semana K. tendrá que sufrir y estresarse por lograr entender cómo es que funciona ese Castillo, cosa que no logrará. Como tampoco lo logré yo en mi tedioso proceso ante otro castillo.

Tal como todas las novelas de Kafka ésta mantiene algo de misteriosa, aura más que aumentada por su carácter de inconclusa, por sus posibles inicios, cambios en capítulos, distintas versiones. De nuevo, Kafka nos lleva a través de los vericuetos de un mundo ficticio tal vez demasiado parecido al nuestro. De hecho, angustiosamente parecido al nuestro.

Tan solo una frase me quedó, por poética, por profética, por axiomática:

  • “Pero no lo preguntaba con su malicia de antes, sino tristemente, como si en el ínterin hubiera llegado a conocer la maldad del mundo, frente a la cual toda malicia propia fracasa y se vuelve absurda.”

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