El Hombre Que Amaba a los Perros – Leonardo Padura

El Hombre Que Amaba a los Perros

– Leonardo Padura

“Tú no puedes imaginarte de lo que es capaz un hombre, de lo que pueden hacer el odio y el rencor cuando los han alimentado bien…”. (p. 187)

“[…] un hombre bueno contra el que el destino, la vida y la historia se habían confabulado hasta destrozarlo”. (p. 568-569)

Vuelve a mis manos el cubano Leonardo Padura. Ya había leído antes una novela de la serie de su célebre Marío Conde. Pero esta novela había sido tanto recomendada (-ísima) rondándome desde hacía tiempo. ¡El título apela a mis más fuertes intereses! ¿Cómo no podía llamarme semejante título? Aunque tengo mis quejas (cof. cof. publicidad engañosa), buscando no develar la trama no las discutiré. Lejos de los perros, esta novela me tuvo pensando recurrentemente sobre un par de temas. Tras su lectura, me llevó a algo más: una idea andariega que llegó de imprevisto.

“Los burgueses utilizan muy bien el miedo, y nosotros tuvimos que aprenderlo y ejercitarlo: sin miedo no se puede gobernar ni empujar a un país hacia el futuro”. (p. 219)

El Hombre que Amaba a los Perros sigue una de las historias más fascinantes de la primera mitad del siglo XX. Una serie de eventos increíbles que darán a entender al lector muchas cosas de lo que vendría a ser la Guerra Fría. Este novela nos llevará a la Unión Soviética bajo Stalin, a los países del Este de Europa mientras la influencia soviética crecía, a Estados Unidos, al Caribe, a la España de la Guerra Civil, a la casa de Frida Kahlo y Diego Rivera. ¡No digo más! Solo por miedo a develar secretos de una interesante historia de intrigas, poder, secretos, ostracismo…

¡Venga Tío! ¿Cuál es el cuento de Padura con la extensión? Este libro cuenta con 576 páginas… ¿Cuál es la necesidad de hacer un libro de este tamaño? Cada libro, cada historia, tiene su longitud. Pero, en cuanto al escritor, veo en él una suerte de fetiche por hacer largas historias que llevan a sus libros a tener la dimensión de un ladrillo. De momento solo me he topado con dos de sus libros, por lo que ésta puede ser una generalización apresurada. ¿Qué tan relevante es la extensión de una historia? Con los libros leídos he visto que al ganar en duración un autor se da el lujo del detalle: dándonos gusto con descripciones de las locaciones, los eventos, la personalidad de sus personajes -como es el caso en Crimen y Castigo. Padura se da este lujo con gusto, y es un gusto: las vidas de sus personajes, cómo las historias se van entretejiendo, el detalle. Es posible adentrarse, siendo obsesivo y perfeccionista. Sin embargo, se pierde la fluidez -y, comúnmente, mí atención. Tanto detalle, tantas páginas, me llevan a una hoja de apuntes con lugares, personajes, rasgos de personalidad, relaciones. En cambio, una historia corta suele ser más ágil, fácil queda la recolección de los personajes; pero, esto también conlleva una pérdida de algo. Curiosa balanza…

En otra nota: es curioso el control que los individuos ejercemos sobre nuestras vidas. A pesar de que nos obcequemos con la idea (tan Occidental y tan moderna ella) que podemos controlar nuestro destino a la perfección, la cosa como que es otra… Son fuerzas más grandes las que van dibujando el terreno. Claro está, nosotros podemos decidir cosas, pero nunca el terreno de juego ni tampoco el juego mismo, incluso (en muchos casos) no podemos decidir la posición en la que jugaremos -y eso puede ser determinante. Hay fuerzas más grandes que nosotros que lo hacen: la política, el Estado, la economía, la Historia, la fortuna, la biología. Sin embargo, desde occidente, con sus héroes, mitos y ficciones, el forjarse un destino, el voto individual, el libre mercado, la propiedad privada… nos han llevado a pensar que tenemos mucho más bajo nuestro control de lo que en realidad tenemos. Varias tradiciones lo tienen más claro: es poco lo que en podemos tener en nuestro control -y en una nota similar, el control nos causa sufrimiento. Pero en nuestro presente hemos venido a creer que podemos controlarlo TODO y cuánto daño esto nos ha hecho. Esto de alguna manera nos llevará a un Piolet.

Ahora sí, un pensamiento travieso llegó a mí en el menos sublime de los lugares (meando): el ejercicio de escribir sobre Cuba. Este es un acto político, casi de reivindicación histórica más que artístico. A lo mejor es ambas. También puede ser ninguna y estoy buscando una constelación con tanta fuerza que a lo mejor me la invente. Las historias de Conde y ésta del Hombre que Amaba a los Perros tienen como epicentro Cuba, más no se quedan en ella; sino que llevan al lector a pasear por el planeta entero y en diversos momentos de la historia. Es casi como un intento de Padura por mostrar a los no cubanos que el destino de Cuba no es únicamente el marcado por el bloqueo económico. Esa historia se obsesiona por el rol imperial estadounidense, inflándolo como un bully de bachillerato que quiere verse como popular. Por más isla que sea, Cuba en Padura no está aislada de la humanidad. Todo lo contrario: el autor ubica a Cuba en el entramado más amplio de la historia (de Occidente). Entre más rápido entendamos que todos hacemos parte de esa misma trama, tanto mejor nos irá.

Que agradable es que los libros lo inviten a uno a pensar de cosas tan variadas y en lugares tan disímiles. Definitivamente, quien lee, vive más, más a fondo, con mayor riqueza, con mayor detalle, a mayor profundidad.

Citas:

  • “Pero la abolición de esa voluntad privaba al gobierno bolchevique de su legitimidad esencial: llegado el momento en que las masas dejaran de creer, se impuso la necesidad de hacerlas creer por la fuerza”. (p. 69)
  • “Lo cierto era que leyendo y escribiendo sobre cómo se había pervertido la mayor utopía que alguna vez los hombres tuvieron al alcance de sus manos, zambulléndose en las catacumbas de una historia que más parecía un castigo divino que obra de hombres borrachos de poder, ansias de control y pretensiones de trascendencia histórica, había aprendido que la verdadera grandeza humana está en la práctica de la bondad sin condiciones, en la capacidad de dar a los que nada tienen, pero no lo que nos sobra, sino una parte de lo poco que tenemos”. (p. 403)
  • “Por supuesto, no hacía falta que le preguntara a Iván de qué había estado escapándose toda su vida: yo sabía que había estado huyendo del miedo, pero, como él mismo dijo, por más que corras y te escondas, el miedo siempre te alcanza. Yo lo sé bien.”. (p. 565)

Bibliografía:

  • El Hombre que Amaba a los Perros
  • Leonardo Padura
  • Tusquets Editores
  • 576 Páginas
  • 2009

Comentarios

Deja una respuesta