Fahrenheit 451 – Ray Bradbury.
Ya me siento un connoisseur en este tema de las distopías. Bueno, si acaso se le puede decir ‘versado’ a alguien que solo ha leído tres libros que califican como distopías… Ante la pregunta: ¿cuáles serían? Vendría, primero, un antipático: ¡revise el blog! La respuesta decente es: “he leído tres: Un Mundo Feliz, 1984 y La Rebelión de Atlas.”
“Si no quieres que un hombre se sienta políticamente desgraciado, no le enseñes dos aspectos de una misma cuestión, para preocuparle; enséñale sólo uno. O, mejor aún, no le des ninguno. Haz que olvide que existe una cosa llamada guerra. Si el Gobierno es poco eficiente, excesivamente intelectual o aficionado a aumentar los impuestos, mejor que sea todo eso que no que la gente se preocupe por ello.” (pág. 70)
¿Se le puede llamar género a las distopías? ¿Qué vendrían siendo fantasía o ciencia ficción? Sea lo uno o lo otro, ¡cómo son de divertidas! Lo más interesante de las que he leído es que son clásicos de la literatura occidental. Son libros a los cuales uno puede volver una y otra vez y todavía parecen ser relevantes, aún son leídos y de los cuáles la gente habla. Sus temas, palabras, ideas, volviéndose parte de la cultura popular con adaptaciones cinematográficas, referenciados por políticos, e incluso colándose en nuestro idioma.
¡Y luego hay quiénes dicen que los libros pasan de moda!
“Los años de universidad se acortan, la disciplina se relaja, la Filosofía, la Historia y el lenguaje se abandonan, el idioma y su pronunciación son gradualmente descuidados. Por último, casi completamente ignorados. La vida es inmediata, el empleo cuenta, el placer lo domina todo después del trabajo. ¿Por qué aprender algo, excepto apretar botones, enchufar conmutadores, encajar tornillos y tuercas?” (pág. 65)
Cada una de estas historias me ha dejado con un sabor extraño. Un pensamiento de que ese universo imaginado tiene vida a mi alrededor. Primero fue con Orwell, el Gran Hermano buscando modificar la historia y el lenguaje. Luego, con Huxley leía sobre personas construidas, quienes desinteresadamente mantienen sus empleos para poder adormecerse con soma. ¡Fue imposible no comparar estas dos obras! Incluso con Rand, llegué a defender al egoísmo y temer las burocracias -aunque fue hace mucho que la leí, no pienso revisitar esos ladrillos en papel de biblia y letra minúscula. Es curioso, además, cómo estas distopías hablan sobre humanos en comunidad y las instituciones que hemos creado y heredado. También, en todas estas se mencionan los libros.
Bradbury, él no es la excepción, en su mundo distópico ¡los bomberos queman los libros! Eso quisiera ahondarlo, ¡¿qué quiere decir eso…!? Pero, Farenheit 451 no es ningún tratado de filosofía, sino una novela. Comparándolo con los anteriores, no me llamó tanto la atención. Es esa nota alegre al final. La esperanza que queda por la posibilidad de reparar el daño; frente a la imposibilidad de cambio que queda con las otras distopías dónde “las cosas son como son y así seguirán siendo” (cita del libro El Viejo Que Saltó Por La Ventana y Se Largo de Jonas Jonasson).
“Cuando muere, todo el mundo debe dejar algo detrás, decía mi abuelo. Un hijo, un libro, un cuadro, una casa, una pared levantada o un par de zapatos. O un jardín plantado. Algo que tu mano tocará de un modo especial, de modo que tu alma tenga algún sitio a donde ir cuando tú mueras, y cuando la gente mire ese árbol, o esa flor, que tú plantaste, tú estarás allí. ‘No importa lo que hagas –decía-, en tanto que cambies algo respecto a como era antes de tocarlo, convirtiéndolo en algo que sea como tú después de que separes de ellos tus manos. La diferencia entre el hombre que se limita a cortar el césped y un auténtico jardinero está en el tacto. El cortador de césped igual podría no haber estado alllí, el jardinero estará allí para siempre’.” (pág. 167)
Inicialmente pensé que se quedaba corto el libro, pero ahora lo veo más como una traición al género: es la esperanza que se lee en esa cita. El libro es interesante, además de muy fácil de leer, y ligero para llevar a cualquier lado -y uno siempre debe llevar un libro a la mano. Me dejó pensando en un par de cosas, pero no me dejó paranóico a diferencia de las otras distopías. ¡La emoción posterior es la que hizo falta! En lo personal, si una distopía no me deja ligeramente paranóico, desconfiado de los televisores, abstemio por un par de días, incrédulo frente a una radio; pues, yo opino que esa distopía falló como distopía. Una buena distopía lleva a su lector al miedo a la sociedad en la que vive, ¡al miedo y a la desesperanza!
Las distopías tienen que llevar las cosas al máximo, Farenheit es muy corta para lograrlo. Por fortuna, hay un sinfín de otras novelas de este tipo donde el poder de la imaginación permite no quedarse atado a la realidad, sino llevarla a su más extrema versión. Creo que ese es el poder de la ciencia ficción y la fantasía por igual: en lo más inimaginable, ver lo más real. De ahí la necesidad de quemar los libros: son demasiado poderosos. Una corta distopía puede ser una elaborada critica política. Por fortuna, solo hay que subir la temperatura a 451 grados Farenheit para evitar cualquier daño.
“Los libros sólo eran un tipo de receptáculo donde almacenábamos una serie de cosas que temíamos olvidar. No hay nada mágico en ellos. La magia solo está en lo que dicen los libros, en cómo unían los diversos aspectos del Universo hasta formar un conjunto para nosotros.” (pág. 92)
Bibliography
- Farenheit 451
- Ray Bradbury
- 174 páginas
- Editorial De Bolsillo
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