La Identidad – Milan Kundera.
Poco a poco me voy volviendo amante de los escritos de Kundera. Sin embargo, todo apunta a que ya pasé por aquella que fuera su obra icónica, La Insoportable Levedad del Ser. Al menos eso me dice (insistentemente) la gente –“Kundera no tiene otro libro como Levedad”-, afortunadamente a la gente poco –o ningún- caso le hago. Al menos eso intento…
La obra de Kundera me intriga. Creo que en el seno de esta está el debate de cosmogonías entre socialismo y capitalismo bajo el cual él fue criado. Dónde al parecer lo central para él es la relación entre individuo y Estado. Una relación en la cual el primero es completamente recubierto por el segundo, tapado, cobijado, eliminado, olvidado, condicionado, espiado…
Dentro de este panorama no sería extraño suponer él porqué le da tan poca importancia a las obras épicas, a las grandes gestas de la novela clásica, sino más bien se interesa por esas personas del común, del día a día. Esos, que completamente cubiertos por la sombra del Estado no tienen mayores posibilidades de llegar a la eternidad y tienen que ser y estar en su presente; aceptando y viviendo una condición de cotidianidad de aquellos que viven bajo la titánica sombra del Estado socialista.
¡Aclaro! Estas ideas no me vienen solo de este libro, se han ido forjando con el otro que ya leí de Kundera y uno más que estoy adelantando.
Aparte de las connotaciones políticas, filosóficas, antropológicas, y et cétera, el autor sabe escribir. Sus frases danzan, tienen una cadencia, una rima, un ritmo, una facilidad de ser leídas. Los diálogos de sus personajes, sus mismos personajes, tienen profundidad, han sido construidos. ¡Sus personajes son los más persona que se pueda uno encontrar! Tienen rollos, enredos, miedos, vicios, y demás, que los ubican en el terreno del lector real más que en el terreno del ser-leído-ideal. ¡Saltan de la novela para sentarse al lado del lector!
Lo he dicho: me ha gustado Kundera.
Ahora, por otro lado, cómo llegó este libro a mí… Esas historias siempre me gustan: cómo me conocí con un libro o un autor. Esta es una historia digna de ser contada. Primero, el libro es un préstamo, más que un préstamo: un intercambio literario. Yo presté un libro, a cambio me llegó éste. Yo di Trilogía Africana de Chinua Achebe. Segundo, se lo presté a una colega a la cual no le agrado; o, al menos eso parece. Ya fui advertido: del odio al amor no hay sino un paso.
Los libros son excelentes herramientas para llevar a las personas a interactuar entre sí, no solo por los temas en ellos contenidos sino por aquello que simbolizan. Antiguamente, los libros eran dados como regalos de lujo y prestigio. Así lo presentan libros cómo El Nombre de la Rosa de Umberto Eco, Ken Follet en su trilogía sobre el medioevo inglés o Los Intelectuales en la Edad Media de Jacques Le Goff, dónde los libros eran elaborados manualmente con detalle y minucia, luego enviados de un polo de poder (político, cultural, económico) al otro como gestos de diplomacia y finalmente custodiados con recelo.
Hoy por hoy un libro, aunque todavía mantiene, un altísimo valor comercial (¡Sí que son caros!), contienen un más alto valor simbólico: un libro es un receptáculo de emociones, recuerdos, pensamientos y relaciones. Como lector los vemos y recordamos todo esto. Tienen un fuerte valor asociativo, así como una foto o un souvenir que nos llevan a un espacio y tiempo determinados, incluso recogiendo las emociones del momento. Por tanto, prestar un libro siempre es un gesto importante: en esas páginas cosidas que entregamos de mano en mano van amores, emociones, miedos, deseos, pasiones, recuerdos, imágenes, relaciones…
Este libro, este intercambio de libros, es tal como suelen ser los intercambios de prisioneros: una muestra de buena voluntad. Este préstamo fue un intento de acercamiento, un intento por entablar amistad. Vamos a ver si logro romper ese témpano que es ese ser humano, eso espero. Necesito en ella un aliado, no un enemigo. O, si es el caso: “ten a tus amigos cerca, pero a tus enemigos aún más cerca.”
- “Ya no son padres, tan sólo papás, lo cual significa: padres sin la autoridad de un padre.” (pág. 21)
- “¿Nostalgia? ¿Cómo podía sentir nostalgia si lo tenía delante? ¿Cómo se puede sufrir por la ausencia de alguien que está presente? (Jean-Marc sabría contestar: se puede sentir nostalgia en presencia del ser amado si vislumbras un porvenir en el que el ser amado ya no está; si la muerte, invisible, del ser amado ya está presente.)” (pág. 49)
- “Hoy todos somos iguales, todos unidos por la común indiferencia hacia nuestro trabajo. Esta indiferencia ha pasado a ser pasión. La única gran pasión colectiva de nuestro tiempo.” (pág. 91)
- “Cuanto más absurda era la frase que pronunciaba, más orgulloso de ella se sentía, porque sólo una gran inteligencia es capaz de insuflar un sentido lógico a ideas insensatas.” (pág. 149)
- “Al ser la insignificancia nuestro destino, no debemos llevarla como una tara, sino saber disfrutar de ella.” (pág. 156)
Bibliografía:
- La Identidad
- Milan Kundera
- Maxi TusQuets Editores
- 1977
- 178 páginas
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