103. La Llamada de la Naturaleza – Jack London
“Trabajaba con empeño en el tiro, pues el trabajo se había convertido en un placer para él, pero todavía era mayor el placer de provocar disimuladamente una pelea entre sus compañeros y enredar las riendas.” (p. 45)
Cómo es posible que este libro haya pasado desapercibido. Me corrijo: ¿cómo dejé pasar la entrada del viejo amigo, del parcero Jack? ¡Qué tragedia! La llamo así pues hoy -con los años, con los libros- mi percepción de este libro ha cambiado y lo ha hecho tanto que seguramente mi memoria del mismo debe haber sido re-escrita. Si sucede con los recuerdos y con la historia, que no son estáticos, ¿por qué no con los libros? Recuerdo lo escrito por la historiadora Mary Beard: “La historia de Roma se reescribe constantemente, y siempre ha sido así; en cierto modo, sabemos hoy más sobre la antigua Roma que los propios romanos. Dicho de otro modo, la historia de Roma está aún en desarrollo.”. (Beard 2016, p. 17)
Hay, entre la lectura de La Llamada de la Naturaleza y el día de hoy casi cinco años, 5 docenas de libros (lo digo así para que sea más difícil de sacar la cuenta de libros per annum), viajes y estudios. ¿Será que hablo precisamente de esto? De los dos libros que coexisten entre mis orejas: uno que es una memoria idealizada, y otro que es un recuerdo transformado. Ambas, ideas que se retroalimentan y modifican, en un ejercicio permanente de co-creación, altamente influenciados por mis experiencias -conversaciones, viajes, relaciones, pensamientos- y las emociones alrededor de éstas.
Antaño leí este libro fascinado: llamado permanentemente por la manigua. Como a John Muir, las montañas me llamaban y yo debía ir. Me encontraba deseoso de retarme en un tren de aventuras entre los cerros. Siempre acompañado por mis dos perros -nunca fieros, siempre amados- a quienes transmutaba en dos Bucks de pelo naranja. Como él, mis acompañantes se convertían entre los matorrales de mi imaginación en perros que ante cualquier estímulo podían volver a su estado lupino. Me impresionaron las secuencias dentro del libro, anhelaba ver esos paisajes boreales y hasta me llamaba la aventura del oro. Me vanagloriaba por haber leído otro libro más de La Lista. Pero, esto no es lo mismo que pienso hoy.
“La vida le inundaba de forma exuberante, espléndida y alegre, hasta parecer que le iba a romper en pedazos de puro éxtasis y desparramarle generosamente sobre el mundo.” (p. 113)
¿Qué hay en la mitad? Primero, muchísimas letras en formas de libros, ensayos y hasta subtítulos. Especialmente formativo ha sido el proceso que he tenido en torno al pensamiento sobre la naturaleza: sobre el mundo natural y la construcción de la naturaleza. Una historia que hoy damos por hecha, como un acontecimiento natural: lo no humano como algo que siempre ha estado y siempre estará. Cuando hay una cantidad de ideas, valores y escritos -justamente humanos- que construyeron esa naturaleza.
He tenido autores como William Cronon que me han presentado diferentes posibles relaciones con el paisaje y los animales, él escribió sobre la Nueva Inglaterra de las Primeras Naciones comparándola con aquella de los colonos ingleses. Otros, como Raj Patel y Jason Moore, me mostraron el proceso que llevó a la explotación de la naturaleza: una fuente de recursos inagotable a ser extraídos permanentemente sin repercusioes. Incluso nombres como George Monbiot o Sam Keith me invitaron a reflexionar sobre la construcción de la masculinidad, puesto que bastantes atributos de la masculinidad necesitaron de ese entorno salvaje: machos que se hacían fuertes e independientes en un mundo que ellos mismos iban fabulando. De hecho varios capítulos de Patel & Moore versan sobre la experiencia de las mujeres y las personas de color dentro de la ecología del capitalismo; ellos, ellas, la otra cara de la moneda de los hombres aventureros, arriesgados, propietarios, políticos. También hay escritoras como Rachel Carlston o Elizabeth Kolbert quienes alzan sus voces para alarmarnos sobre la próxima extinción de esta naturaleza a disposición de hombres insensatos, violentos, arriesgados, emprendedores.
En resumen, todos estos escritores me han invitado a ver cosas problemáticas dentro de esa ‘naturaleza’. Hace 60 libros y 5 años pensaba que esta institución era algo intrínsecamente bueno, permanente e inmutable. Hoy también veo entre las hojas caídas trazos de machismo, racismo, clasismo, cientificismo… Y veo todo esto en el libro de London: el hombre blanco hecho maestro, convertido en Dios, la expansión del capitalismo hacia la frontera congelada, la increíblemente violenta relación con el paisaje y lo no humano.
Adicionalmente, también hay un montón de aventuras que han enriquecido la experiencia de los libros. Expediciones que me llevaron a cerros colombianos, y desiertos en el Salvaje Oeste. Que me invitaron a repensar mi relación con el entorno, conmigo mismo y aquellos a mi alrededor. ¿Cómo se relaciona esto con el viejo Buck? Con ese fiero perro… Pues, no era solo que quería ver a mis perros volverse Buck, ellos eran una proyección de mí mismo: quería yo ser llamado por la naturaleza, entregarme a ese mundo fantástico de hombres fuertes, indómitos e invictos. En cambio, todas las personas encontradas y esos paisajes vividos me invitaron a reflexionar: pensando sobre horizontalidad, cuestionando la jerarquía, aceptando la emocionalidad, invitando la cercanía y la empatía.
Hoy me gusta pensar que La Llamada de la Naturaleza es el viaje de ida, mientras Colmillo Blanco es el de vuelta. En una suerte de Camino del Héroe (como lo describió Joseph Campbell) Buck se va volviendo indómito, mientras Colmillo Blanco se hace hogareño. Pero en esta interpretación ambos perros son el mismo. Esta reflexión también ha invita el que el telón de fondo de estas historias sea el mismo: ese mundo de frontera, de la expansión del sistema mundo, del crecimiento de los Estados Unidos de América.
Buck es el hombre civilizado, doméstico, que añora ser algo más. Ese mismo hombre que será reimaginado por Chuck Palahniuk en El Club de la Pelea: que sueña con un pasado salvaje, con vivir sin consecuencias, al ‘natural’, “en estado de naturaleza”. Un hombre que tal vez no existió nunca, pero que es anhelado por el hombre urbano lleno de privilegios, hastiado por su propio bienestar material, que le atraen el riesgo, el peligro, la posibilidad de la muerte; cosas que en las ciudades han desaparecido. Este citadino, Buck, quiere retarse para sentirse hombre, midiendo su vida con valores inventados para afianzar así las instituciones de la época: si el precio final es su autodestrucción, eso no le importa al sistema de desigualdad y explotación que se va atrincherando en el mundo; él será un sacrificio.
Mientras tanto, el más-lobo-que-perro de Colmillo Blanco va lentamente acercándose, sin saberlo al origen de Buck, su contrario. ¿Será que en la imaginación de London este perro-lobo llegó a la misma casa del mestizo? A este ser fuerzas que él no controla, lo han ido llevando lentamente a ver la destilación del mundo salvaje, su más pura esencia. En su carne vivirá la extrema violencia necesaria para domar la naturaleza y conocerá la subyugación de los otros mundos de parte del hombre blanco. Entre los hombres pensará sobre la ley y reconocerá la maldad tan especial de la que son capaces estos Dioses. Mientras lo hace, otra realidad, otra posibilidad de vida se va dibujando en su horizonte. Acá la gente dice que los libros maduran, ¿será esta experiencia a lo que se refieren?
“En la naturaleza salvaje existe una paciencia –tenaz, incansable, persistente como la propia vida-, que mantiene inmóvil durante infinitas horas a la araña en su tela, a la serpiente en su postura, a la pantera en el lugar de emboscada.” (p. 115)
Esta historia es también una brillante narración moderna de cómo pudo haber sido ese complejo proceso de la domesticación del perro. Sin embargo, esa es otra historia, y ésta fue una gran historia que dejé abandonada por mucho tiempo. Hoy caigo en cuenta de mi falla escritora pues este libro (de bellísima edición por cierto), anda pasando de mano en mano: hace un par de semanas se lo entregué a un amigo, mientras lo hacía miraba a su esposa y salía un ruego de mi boca “‘¡Necesito llevármelo de nuevo a la montaña!”. Semanas más tarde el mismo personaje, estando frente a mí, en vez de devolverme MI libro, se lo pasó a otro gran amigo: “Me encantó este libro […] quiero leer más de London […] ¡Usted disfrutaría tanto este libro!”. Y ¡zas! Frente a mí este libro encontró otros ojos que bailarán por sus páginas.
¡Qué mágico ha sido volver a Colombia! Ha sido difícil en muchos sentidos, pero ésta, la experiencia social de los libros ha vuelto a mi vida. Me encuentro con amigos que leen, que compran libros; que los cambian y quieren hablar de ellos; entre familiares trocamos libros con cada encuentro; cada paisaje está acompañado por la recomendación literaria de alguien; cada espacio habitado por una persona que lo comparte con un libro. Hace unos años, cuando leía a London por primera vez, pensaba que leer en Colombia era como el esfuerzo de los mineros en el Yukón: un trabajo solitario, mal pago, destinado al fracaso. Tal vez siempre había estado rodeado de lectores, de libros, viviendo en paisajes literarios y no me di cuenta de ello. Lo que necesitaba era un gestalt switch: necesitaba mirar las cosas de otra manera. Hoy veo montones de libros a mi alrededor y convivo con muchos lectores, justo la inspiración que necesitaba para seguir leyendo.
Bibliografía:
- La Llamada de la Naturaleza
- Jack London
- Ediciones Akal
- 128 páginas