Antes de mencionar los próximos proyectos, o los proyectos en curso (curiosamente pese a lo titánico del esfuerzo que he decidido encarar el libro que leo en este momento no está en la lista, ni se acerca a estarlo, El Impostor del español Javier Cercas), es un requerimiento ineludible pasar con brevedad por los libros ya leídos que hacen parte de la lista.
Obviamente solo mencionaré los libros que están dentro de la lista, porque de lo contrario, me tomaría eternidades, y sí que sería un buen ejercicio de la memoria. Ahora me antojé de intentarlo: ¡a ver! ¡Estiremos el cerebro intentando recordar los libros leídos a lo largo de una vida! El hijo del sueño, las Arenas de Amón y el Fin del Mundo (tres de Valerio Massimo Manfredi), Ciudadano del Imperio, La Ciudad de las Bestias, el Reino del Dragón de Oro, El Bosque de los Pigmeos (los tres de Isabel Allende).
¡Ya trotando!
El Misterio del Solitario (Jostein Gaarder), El Hidalgo de Brageta, Juan Salvador Gaviota, El Coronel no Tiene Quien le Escriba (Gabriel García Márquez), El Diablo de las Matemáticas.
¡A correr!
El Caballero de la Armadura Oxidada, Los Pilares de la Tierra, Mundo sin Fin, La Caída de los Gigantes, El Invierno del Mundo, El Umbral de la Eternidad (los últimos cindo de Ken Follet), Africanus: El Hijo del Cónsul, la Traición de Roma, Circo Máximo, y Legiones Malditas (estos cuatro de Santiago Posteguillo y estoy esperando que salga el nuevo y último de la trilogía de Trajano), Átila: El Azote de Dios, Aníbal: El Orgullo de Cartago, La Legión Olvidada, La Tierra del Señor, Crepúsculo, Paren el Mundo que me quiero Enterar, Journey of a Jihadist, El Ruido de las Cosas al Caer, Sorgo Rojo.
¡Todo esto sin mirar mi biblioteca! Mejor paro para no dañar las sorpresas que vendrán (¡eso es mentira, no se acordó de más el bruto éste!)
Mierda, ¡hubo muchos libros del colegio! Que vergüenza la mía… Y Crepúsculo, ¿merezco ir al cielo después de haber leído eso? Al menos no he tocado los de 50 Sombras, después de esos declárenme impedido para la gloria celestial. ¿Se imagina usted uno en el cielo montándole visita a un ángel preguntándole por su parte favorita del libro? Hágame el DIVINO favor… Expulsado de inmediato y sin posibilidad de volver; y uno a la salida, de orgulloso, alza el grito: ¡non serviam! Al menos hay que salvar el orgullo.
Empecemos desde el principio, o desde el final… ¡No! Mejor en desorden, todos los recuerdos son mejor así. Solo una mente no biológica funciona linealmente ¡Sí que quiero leer Asimov!
El Principito, de Saint-Exupery, un libro que quiero leer nuevamente, pero en su original francés. Fui presentado a él, a ese mundo del zorro, la rosa, el aviador en el desierto, el sombrero -sí, ya soy adulto-, por mi madre. En mi casa, seguramente todavía, hay un ejemplar de este clásico que está tanto en inglés como en español, y, tenía dibujitos: la dicha de leer de niño… Ese libro nos lo leía mi mamá antes de acostarnos a dormir a mi hermana y a mí. A mi media hora más tarde pues soy, fuí, y siempre seré el hermano mayor. Por tanto, creo que técnicamente no cuenta como un libro que haya YO leído, ergo, tengo que leerlo en serio. En su original francés.
También fue gracias a mi mamá -y a sus ansias de que mi Hermana y yo nos embarcáramos en ese delirante y depravado vicio de leer- que terminé con Harry Potter en mis manos. El primero (la Piedra Filosofal), el Segundo (la Cámara de los Secretos), el tercero (el Prisionero de Azkaban- el primer libro que leí dos veces pues desconocía el orden de la saga), y así sucesivamente, año tras año mientras iban saliendo. Soy de la generación que cumplió su mayoría de edad con Harry, Hermione y Ron; no de la generación que los vió por primera vez en cine y luego se volcó al papel: ¡falsos! Nosotros fuimos los primeros en sufrir por el escape de Black de Askabam (a veces con s otras con z, depende de la traducción), abrimos la cámara de los secretos y sufrimos en carne propia todas las aventuras de ese mágico mundo. Fue con esta serie que yo sufrí mis primeros insomnios literarios, y fue con un libro de esta serie que pausé mis ansias de leer por un par de años… Quedé tan molesto con los primeros capítulos de la Orden del Fénix que pude dejar de leer solo por gusto por lo menos dos años (bueno, ahí también pegó la adolescencia) ¡Tanto tiempo perdí y debo recuperar! Ya no recuerdo bien qué fue exactamente lo que pasó, qué fue lo que leí, tan solo recuerdo la ira, el odio, el desprecio por la palabra impresa… Creo que los dejé por al menos dos años: frase enorgullecedora en una reunión de AA pero no en una bitácora de lectura.
Fue también mi progenitora la que me llevó a las páginas de C.S Lewis, detrás del ropero y luego al Segundo que ya ni me acuerdo de qué era. Buenos libros, para un niño. A la edad que lo leí buscaba cosas más sombrías y oscuras. Fue en ese entonces que a mis manos llegó el Señor de los Anillos gracias a un muy querido amigo quien me facilitó la trilogía entera para mi disfrute y maquinaciones mentales. Tristemente vi primero las películas entonces ya tenía con qué llenar los rostros de los personajes. Pero hasta el día de hoy creo que mi Minas Morgul fue más siniestro, mis batallas más sangrientes, las planicies de Rohan más eternas, el abismo de Helm más ¿abismal?… JRR que Buenos momentos pasé a tu lado.
La Granja de Orwell – ese libro que me enseñó desde temprano la máxima que guía a mi país: “todos los animales son iguales, pero algunos son más iguales que otros”- llegó a mi primero en forma de película: pero, hace mucho tiempo, todavía siendo un niño. Vergonzosamente por medio de Halmark, el canal de las tías y las abuelas por excelencia. Yo creo que más de uno pasó por ‘los misterios sin resolver de misterios sin resolver’… todos esos eran casos de los ochentas. Los gringos sí que eran salvajes en ese entonces ¿sería por Reagan? Luego, ya en la Universidad, lo leí nuevamente: y me consumió por completo. Lo leería mil y una veces más, así como cualquier cosa escrita por el maestro Orwell. Recuerdo bien que me pidieron que hiciera el ejercicio de rastrear qué evento o personaje de la Rusia soviética inspiraron al libro… ¡Que gallo! Pero lo que me divertí: eso sacó aún más ese ñoñazo que llevo adentro.
De hecho, años después me crucé en Londres con una casa que fue residencia de Orwell: ese fue un momento cumbre en mi vida, ver esa casa a la salida del Portobello Market, temblaba de la felicidad. Además, YO LEÍ 1984 en la ciudad que la inspiró, rodeado de cámaras, pero eso vendrá después.
La historia con García Márquez es una que, en lo personal, me encanta. Para el momento que me crucé con 100 años de Soledad -de esa manera tan peculiar- había leído ya en el colegio Crónica de una Muerte Anunciada (ese libro del man al que le sacan el mondongo a puñaladas porque una vieja no se guardó para su marido). No sé por qué no me FORZARON a leer más de él en el colegio: bien que lo hace el Ministerio de Educación, meternos garganta abajo libros y libros y libros, inconexos con nuestro contexto, o los intereses particulares del profesor, o inclusive, nuestro interés personal. ¡Como se cagan la literatura! A mí en ese entonces me gustaban otras cosas – por ejemplo, la novela histórica, que de hecho me sigue encantando – pero ustedes políticos del MinEdudación (o MinVerdad, ya me confundo) no me la dejaban leer. Los programas educativos nacionales mataron muchas llamas, muchas mechas, con baldados de agua en vez de hacerlas crecer con bidones de gasolina. ¿Dónde quedaron la imaginación? ¿La creatividad? ¿Los sueños? De seguro no en lo que nos incentivaban a aprender: todo para sacar un buen puntaje para que el colegio quedara bien ‘ranqueado’. Nada de preparación para la vida, nada de eso. ¿Satisfechos? nos hicieron pensar como ustedes, que gran logro…
Volviendo a lo importante: me crucé con Macondo estando en Santiago de Tolú, un pueblo en la costa Caribe colombiana: pobre, atrasado, abandonado por el Estado… Un Macondo. No pude haber tenido un mejor lugar para empezar a leer sobre la dinastía Buendía. Encontraba a Melquiades en los lugareños que pasaban vendiendo helados (y pensaba en cuándo el Coronel Aureliano Buendía conoció el hielo), casi podía imaginarme el galeón todavía surcando el golfo de Morrosquillo (era fácil reemplazar los barcos pesqueros del atardecer por un barco de vela). Los manglares a mi espalda me recordaban de la ciénaga, de los límites de Macondo. Los relatos de la violencia paramilitar a las guerras del Coronel Aureliano Buendía. Ese libro era un libro de mi abuelo, carcomido por las termitas. No sé dónde estará. Dato curioso: llegué como a los 70 años de soledad, tal vez a los 80. Solo fue hasta un par de años más tarde cuando leí por completo la obra cumbre del Nobel, fue en clase, después la leí como se deben leer los libros: en privado. Me sigue encantando. Fue uno de mis favoritos por mucho: hasta que llegó el Cólera a Cartagena y un grabado en un abdomen con el epígrafe ‘esta cuca es mía’.
El Padrino llegó más tarde -mucho más tarde- que ese siglo solitario y en el intermedio hay un sinnúmero de libros (más que todo novelas históricas, mi mayor adicción) que no aparecen dentro de los 1000. Algunos se me irán filtrando por el camino. Filtrando accidentalmente, casi errores de tipeo, nada más que eso… No es que yo quiera hablar de la trilogía de Santiago Posteguillo sobre Escipión el Africano, ni de su serie en construcción sobre Trajano. Para nada, en lo absoluto quiero mencionar al pésimo libro de Massimo Manfredi ‘El Ejército Perdido’. Valerio, ¡sí que me defraudaste con esa chafa! Fue gracias a ti que mis ojos empezaron a perderse en las líneas de tinta, que mi corazón se rompió con pasiones imaginarias, que viví en la piel de héroes que nunca conoceré. Fue por tu trilogía Alexandros que TODO empezó, no creo que dimensiones la gravedad de la traición que cometiste con ese libro y con lo bella que es la historia de Jenofonte. No recuerdo dónde conseguí el Padrino, pero sí recuerdo que llegó después de las películas -la segunda es inolvidable, de las pocas secuelas que valgan la pena. También recuerdo haber esperado más de ese libro, y, recuerdo haberlo conseguido con Honrarás a tu Padre de Gay Talese: un retrato más fidedigno de las mafias italoamericanas -de mano de un infiltrado en la familia de Joe Bonano. Sigo esperando para leer más de Puzo, pero, lo leeré en forma de un libro usado.
Un libro usado es siempre mejor, luego les contaré por qué. Ese axioma llegó a mi en Buenos Aires.
Axioma: (Del lat. axiōma, y este del gr. ἀξίωμα).
- m. Proposición tan clara y evidente que se admite sin necesidad de demostración.
- m.Mat. Cada uno de los principios fundamentales e indemostrables sobre los que se construye una teoría.
1984 llegó a mis manos 28 años después -en 2012- de la mejor mano posible: una mujer. Hombres: mujer que regala libros vale la pena. Mujeres: hombre que regala libros vale la pena. Para todos aplica no importa la orientación: hombre con hombre, mujer con mujer y en el sentido contrario. Pero de eso sabe más la Srta. Verónica Velásquez que yo. Y no cualquier mujer, sino esa gran mujer que es ELLA: la deberían conocer, pero no lo harán porque quedará en el anonimato. ¡Lero, lero!
Ella me regaló ese libro justo cuando partía para Londres a estudiar durante un verano. ¡En ese verano golpeó a Londres la canícula! Pobres británicos, de corazón tan frío, no sabían qué hacer con esa ola de calor: el país no estaba preparado para el sol ni el buen clima… Pobres. Imaginen una ciudad tan lúgubre en invierno que las ventanas no abren del todo para que la gente no salte. Ahora, imagínenla con temperaturas rondando los 40 grados. Incluso yo, tropical que soy, sufrí de huevos cocidos. Sospecho que los únicos que se alegraron fueron los indios, abundantes en la ciudad y en la universidad, y ¡que peste! ¡Me refiero al olor! Tanta cúrcuma y curry hacen estragos en la nariz ajena (que tal que uno tuviera la nariz de pepino de Saleem Aziz). No obstante el calor, leer 1984 estando en Londres fue un placer. Imaginarme los protagonistas en las caras que veía en la calle, pensar que pasearon por las alamedas que yo tomaba, entraban a los cafés que yo entraba, pedían pintas (o al menos lo intentaban por el cambio de medidas, claro está) en los bares que yo frecuentaba. Nunca leí a orillas del Támesis, siempre lo hice desde mi cama, pero cuando cuente la historia en años por venir diré que así fue: “Yo leí 1984 a orillas del Támesis viendo ondear sobre el Parlamento el ‘Union Jack’”. Hay que cultivar la mentira si se quiere escribir mejor.
La siguiente temporada de ‘miles’ -libros de La Lista- llegó también en el extranjero. Ché, y dónde más que en Buenos Aires: la ciudad de las librerías de libros usados. Allá en Buenos Aires dónde la sal no sala, la azúcar no azucarea, las servilletas no servilletean, la bebida alcohólica por excelencia sabe a cepillo de dientes prestado (sí, te hablo a ti fernet coca), había que leer, y, eso hice.
Buenos Aires no es del Tango, no es del Boca, tampoco del teatro, ni del River (hay que darle gusto a esos segundones, aunque ellos sepan que los otros son la mitad más uno – y eso que no veo futbol), ni de Evita, ni Galtieri, menos de Perón o Cortazar. ¡Buenos Aires es de los libreros! En cada esquina, en cada cuadra, cada 100 metros encuentra uno una librería, una biblioteca, una compra venta, un expendio, un hueco, una olla, un chino donde vendan libros. En cambio, ¡que difícil era conseguir un libro en mi caucásica ciudad natal!
Allí en la CABA pude, gracias a un mercado negro de divisas, digo azul, perdón ‘blue’, y favoreciéndome de la rampante inflación endémica a esta nación del sur, pude comprar libros como un degenerado. No fueron tantos, claro está. También había que salir y conocer la ‘mágica ciudad de Buenos Aires’ para darse cuenta que el que dice que Nueva York es la ciudad que no duerme, nunca, les digo NUNCA, ha ido a Buenos Aires.
Los libros leídos entre chés, mates (que no tomo porque sabe a pasto hervido), cafés (pida un tinto allá y verá cómo le va de bien, de hecho, hágalo, es hasta mejor que pedir un café), empanadas, y, sin duda, Patagonias, fueron muchos: Las Intermitencias de la Muerte (de José Saramago), la Guerra del Fin del Mundo (de Vargas Llosa), el Precio de la Desigualdad (de Stiglitz), Circo Máximo (de Posteguillo), La Amante de Bolzano (de Sandor Marai), Ursúa (William Ospina), La Tierra del Señor (Taylor Caldwell), Memorias de Adriano (de Margerite Yourcenar – lo más cercano que he estado de vivir en los pies de alguien más, y ese alguien siendo un emperador romano), La Casa del Silencio (Orhan Pamuk), Istanbul (también de Pamuk), y, los otros fueron de La Lista.
Adiós a las armas –A Farewell to Arms- de Ernest Hemingway. Éste lo conseguí y leí todito todito en inglés. Todo un logro para un supuesto bilingüe que sufre leyendo en algo diferente a español… Adiós a las Armas llegó a mis manos tras muchísimas recomendaciones provenientes de todos lados, incluso de la cultura popular: cómo olvidar el arranque de ira en The Silver Linnings Playbook que de hecho me dañó el final del libro, o, el amor de Lisa Simpson por un ‘escritor’…
Conseguí A Farewell to Arms en la feria internacional del libro de Buenos Aires. Fui en compañía de un amigo, tan mala compañía y tan mala la oferta de libros que salí solo con éste y con Inferno de Dante. Prometí volver, pero no lo hice: el gentío, el hastío, el desorden, nada de esa feria me agrado. Y pensar que a miles de kilómetros de distancia se estaba llevando a cabo en ese mismo momento la Filbo; que tampoco es la gran maravilla, pero es a lo que estaba acostumbrado en materia de eventos literarios.
Siendo un novelero histórico, y más de historias de guerra que nada, esperaba mayores baños de sangre, armas, y actos de heroísmo en este título de Hemimgway. Pero creo que esa desilusión es precisamente la intensión del libro: acercarnos a ese lado más humano del acto menos humano que es la guerra. La ansiedad, el miedo, el sufrimiento, la recuperación, el amor, la huida, la desilusión… Bastante aparte de lo que esperaba, pero un genial abrebocas para este autor. En la mirilla de mi rifle están: Por quién doblan las campanas, y, el Viejo y el Mar (pero ese es corto, lo puedo conseguir fácil).
También en mi temporada bonaerense conseguí El Amor en los Tiempos del Cólera de García Márquez. Gabo, ya que estamos en confianza. Su más magnífica obra entre las que he leído. Quiero hablarles del libro físico: huele a viejo, a usado, a leído, a sonrisas ajenas, a tiempo en el escaparate, a que a alguien se lo regalaron, a que fue leído a un hijo… El primer sentido que es saturado por la vejez de los libros es el olfato. Experiencias sensoriales que definen porqué nunca más volveré a los libros nuevos. Claro de vez en cuando todos gozamos ‘popping a cherry’, pero, mientras esté en mis manos optaré por la experiencia que trae consigo los gozos previos.
De Florentino Ariza y Lorenza Daza no hablaré, no comentaré de los viajes por el Yuma (como llamaban al Magdalena los originarios de esta tierra según me contó Pedro de Ursúa) de los gritos de los manatíes –que ya no van más-, ni del aullido de un barco entrando a puerto con un cornudo a su mando. ¡No! Hay que leer. Yo también tengo una Florentina Daza, una traga maluca, de vieja data, que no me voltea ni a mirar, pero ésa, ésa es otra historia. ¿Será que a los 80 tendré una oportunidad?
El nombre de la Rosa de Umberto Eco, es un libro algo largo para tan solo 7 días de historia, crimen, asesinato, secretos, y morcilla… Se los dejó para que lo lean, es de mi gusto, tiene muchos matices, demasiados. Creo que no lo entendí del todo, mucho menos las conversaciones que fueron desarrollándose dentro del libro. Maldito invierno de Buenos Aires, fue culpa tuya, no mía… ¡En serio! Concentrarse con ese hielo es complicado. Bueno, me lo tengo que volver a leer, pero solo porque quiero hacerlo, por nada más que eso.
Ahora, más cerca del presente, ya entre cumbres andinas, al amparo y cobijo de los Himalayas de la Sabana -Monserrate y Guadalupe- seguí leyendo. Al comienzo del año en curso (A.L, el Año de la Lista, 2015) fui a un festival de literatura –muy posh, muy pinchado, y demasiado anciano para mi gusto- en Cartagena: el Hay Festival. Allí no solo conseguí un autógrafo de Posteguillo, sino también su último libro –que compensó lo malo al referirme a nuevos libros, y darme anécdotas -, el Hombre Que No Fue Jueves (de Juan E. Constaín, antiguo profesor mío), Conversaciones Conmigo Mismo (sin leer, pero abierto solo por el placer lujurioso de rasgar la vestidura de un libro), El Impostor (ya antes mencionado), y Lejos de Roma (de Pablo Montoya – uno de esos libros que te presentan un nuevo autor, un nuevo jinete). Ninguno de estos libros hacen parte de La Lista original.
¡Que asco! Acabo de tener un mal recuerdo: los libros de Ayn Rand… Ese par de sufrimientos escritos, de cilicios hechos novela, ese terrible elemento de tortura que algún malparido me recomendó.
Cilicio: (Del lat. cilicĭum).
- m. Faja de cerdas o de cadenillas de hierro con puntas, ceñida al cuerpo junto a la carne, que para mortificación usan algunas personas.
- m. Saco o vestidura áspera que se usaba antiguamente para la penitencia.
- m.Mil. centón (‖ manta con que se cubrían las máquinas militares).
El Manantial y La Rebelión de Atlas: buenas ideas, pésimamente llevados a término. Ambos libros son bestias extensísimas, y, por lo menos las ediciones que yo tengo tienen un tipo de letra Arial 7… o tal vez 5. Dde entrada difícil de leer, pero a eso súmele que son 700 páginas uno, y más de 1000 el otro. Al menos ya salí de eso y: ‘Juro por mi vida y mi amor por ella que’ no los volveré a leer, o, eso intentaré. Solo me acordé de ellos porque en mi esfuerzo por leerlos los llevé conmigo a todo lado: Armenia, Tolú, Cartagena, Bogotá, Buenos Aires, Mendoza, Tucumán, Calafate, Iruya, Uyuni, Potosí… bueno, ya se hicieron a la idea.
Ahora estoy haciendo tiempo, rellenando espacios: ¿por qué? Porque no he leído más libros de La Lista. Pero eso cambiará pronto.
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