Mi Perra Tulip – J. R. Ackerley

112. Mi Perra Tulip – J. R. Ackerley

Amados estúpidamente, odiados estúpidamente, adquiridos sin antes pensarlo, criados y sometidos sin comprensión, sentenciados a muerte o ‘dormidos’ sin preocupación, acaso, me preguntaba, estos descendientes de las criaturas que, miles de años atrás en los bosques primaverales asediaron el corazón de un hombre, lo tomaron bajo su protección, trataron de engañarlo y fallaron, ¿acaso sufrían dolores de cabeza?”. (p. 185)

Una noche recibí este libro con un lacónico y amable: “Es sobre perros, te gustará”. Recibí con demasiada felicidad esta sorpresa. Es muy cierto: los perros siempre me han gustado. Estoy sesgado para juzgar este libro, pero: ¡al carajo la objetividad! La noche que lo recibí comencé a leerlo y escribí: “Un regalo inesperado de parte de quién sabe lo mucho que me alegran los perros.”

Y sí, es sobre perros y me gustó mucho. Este libro es casi una biografía ejemplar de un tipo de relación. Una nota muy privada de algo que bien puede ser un arquetipo: hay mitos mexicanos sobre perros, está Cancerbero en las puertas del Hades, Fenrir mordiendo libre durante Ragnarok. Dónde hay algo importante: ¡hay un perro! Un breve recuento personal (que se puede volver una norma general, ¡lo apruebo!) de cómo es esa experiencia de ser… Pues, no quiero decir ‘dueño’, ni mucho menos ‘amo’. ¿Entonces? Este es un libro sobre cómo es eso de… ¡Tener un perro como compañero! Y, también (así deteste la palabra), este es un libro sobre cómo es tener un perro de mascota.

Hay diferencias, claro está, en la relación que tenemos con los perros: hay amos, dueños, amigos, mascotas, colegas, subyugación. Así muchos intenten legislar para que todos los perros sean ‘mascotas’ -con prohibiciones hacia razas específicas, restricciones según tamaño, e ilegalizando ciertas prácticas- no hay solo un tipo de relación posible. Bueno, la nuestra hacia ellos es una relación parasitaria desde hace tantísimo tiempo. Tal vez sea simbiótica, o tal vez lo haya sido pero, hoy por hoy, la relación no es la misma que antaño fue.  

Al encontrar los bondadosos ojos, preocupados ojos castaños que a menudo me estudiaban, vacilantes, a mí y a mi mano cordial, pude entender con claridad, quizá por primera vez, el ansia y la crispación a que están sujetas sus vidas, tan enredadas emocionalmente con el mundo de los hombres, cuyo cariño se esfuerzan todo el tiempo por alcanzar, cuya autoridad se espera que obedezcan sin cuestionamientos, y cuyas intenciones sólo pueden dilucidar o entender a medias.”. (p. 185)

Lo que sí sé con certeza es: el perro es de lejos el compañero más antiguo de los seres humanos. Anterior a la aparición de la agricultura; primero vino el perro, luego el pan. ¡Vivimos juntos por milenios! Pero, ¿hablar de domesticación? Creo yo que eso fue un cuento de científicos modernos (y racistas) que querían darle más alcurnia a sus propios antepasados: hombres hábiles que lograban hacer fácilmente lo que se decidían. El proceso fue muchísimo más complejo, prolongado y accidental de lo que muchos quisieran reconocer. Si desean unos buenos libros sobre los albores de la humanidad, sin duda Sapiens de Harari es un buen lugar. Mientras tanto, si lo que les interesa son las domesticaciones: Armas, Gérmenes y Acero de Jared Diamond los entretendrá durante muchísimo tiempo.

Los perros nos han acompañado por milenios: en las primeras migraciones, la población de los continentes, el cruce de Bering, las guerras, los imperios, la medicina y las pandemias. Justo ahí, al lado de la rodilla dominante de nuestro antepasado, ahí siempre han estado los perros. Ackerley consiguió un alsaciano, más comúnmente denominado Pastor Alemán; pero, para él siempre fue Tulip. Los demás que le dijeran cómo quisieran. Esta perrita se volverá la luz de un ojos. Un estropicio canino. Indomesticable. Nunca entrenada. Pero, un amor ciego salía de Ackerley hacia ella. Este libro es el relato de esa relación.

Un poco de propaganda: en paralelo, a kilómetros de distancia y muchas décadas en el futuro también yo tendría mi Tulip. Ella, una Dogo de Burdeós de nombre Lupe (o Guadalupe cuando me sacaba el genio). La relación fue del mismo tipo: yo embelezado por cualquier baba que salía entre sus colmillos. Muchos veían una fiera, yo siempre vi una cachorrita llena de arrugas color zanahoria, que llegó a mí tras una llamada y un mapa de Cachipay -pueblo dónde llega un camino precolombino. Me acompañó al mar, acampó, nadó en ríos, subió páramos, participó en comerciales, nunca comió concentrado. ¡Lo único que le faltó fue viajar en avión y votar!

Guadalupe ensayando su guía. Circasia, Colombia. (Foto mía)

Es la primera vez que hablo de ella, pero no la primera vez que hablo de los perros. Es la introducción de mi perrita, como también su obituario. Estando yo muy muy muy lejos, ella se fue: enfermó como solo lo saben hacer los perros de raza y en pocos días ya no estaba. Me acuerdo con detalle de esa noticia, de ese momento. Yo que ansiaba volver a verla, a abrazarla, y caminar con ella. Pero, “Pero el destino no tendría la reputación que tiene si le limitara a hacer siempre lo que parece que va a hacer”. (Towles 2019, p. 98) Mi propia perra Tulip, esa fue Lupe.

El no poder volver a ver es un riesgo que asumimos todos quienes decidimos irnos, a ver algo más, aprender, vivir. Las despedidas son un asunto complicado. La de Lupe no fue mi única despedida, y en ambas: allí estuvieron los libros para acompañarme, darme consuelo, distracción, recordarme que la muerte hace también parte de la experiencia humana y de la importancia de una vida rodeada de vida. Leyendo esto recordé con fuerza el calor del amor de un perro, sus narices húmedas con lealtad, esos ojos brillando confianza.

Sin importar quién la alimentara, la mimara o fuese amigable con ella, ni por cuánto tiempo, su lealtad nunca flaqueó; ella me había entregado su corazón desde el comienzo, y seguiría siendo mío, solamente mío, para siempre”. (p. 35)

A lo largo de los años he ido fraguando una firme creencia que la relación que una persona tiene con los perros es muy disiente de esa persona. (Sí, ya tengo pendejadas de viejo). He intentado afinarla un poco en función del contexto geográfico y cultural, pero todavía me falta mucho para conocer bien sobre esa compleja relación. Obviamente, mi propia idea está firmemente afianzada en Occidente, en la clase media, en la idea de la mascota, pero, de nuevo: ¡al carajo la objetividad!

Hoy, desconfío de quien un perro mira dos veces, un perro fiero ladra de una manera específica, pero cuando un can no gusta de alguien: se le ve en los ojos, se le siente en el cuerpo. Mientras tanto, me genera confianza una persona que se desenvuelva con tranquilidad con los perros. No tiene que ser una persona melosa, ni regalada; es más, esa obsesión con llamar la atención de un perro me fastidia. Pienso, como dijo Cesar Millan, que un presidente debería siempre tener un perro complicado, como un Rhodesian, ¡o un un mastín zanahoria como este!

Su dulzura y amabilidad hacia mí eran tales que me resultaba casi imposible creer que no fueran éstas las características dominantes de su naturaleza; no obstante, era indiscutible que el lenguaje que empleaba hacia los otros sonaba algo fuerte y, como es sabido, las malas palabras no siempre terminan ahí”. (p. 16)

Al terminar de leer, el 9 de Abril de 2018 -justamente en el aniversario del Bogotazo-, escribí en el libro: “Sobre el amor incondicional de un amo hacia su perro; que es tal que lo logra proyectar hacia el objeto de su amor, para luego convencerse que éste es recíproco”. Y, sí… Pero no me importa.

Bibliografía:

  • Mi Perra Tulip
  • J. R. Ackerley
  • Editorial Anagrama
  • 2011
  • Barcelona
  • 187 páginas