Octavo Año:

10 de abril de 2022 a 10 de abril de 2023

El 10 de Abril de 2015 me puse un reto: leer mil libros en 10 años. El contexto era: cerraba mi proceso formativo universitario, adelantaba una pasantía (¡sin paga!) justamente en la oficina en la que ansiaba trabajar (en ese entonces los temas de no proliferación nuclear me apasionaban); y, aunque no lo sabía todavía, mi estancia en la capital de los colombianos estaba por concluir. Allí, en ese espacio geográfico y temporal, me topé con una lista -que desde entonces he llamado La Lista -sí, con mayúsculas como José Saramago diferenció a La Muerte y la muerte. Ella, La Lista, con la prepotencia y arrogancia que le son únicas a los ingleses, anunciaba que era un punto final, una conversación concluida, un dictamen tras milenios de escritura: eran las 1000 novelas que cualquier persona debería leer antes de morir. 

Primero, me senté a revisarla y encontré que había leído tan solo un puñado de sus libros; ¡yo, que me consideraba un buen lector! Justo en ese momento fue hecho público el ritmo lector de los colombianos, y casi en simultáneo leí una entrada de blog de una escritora, Ann Morgan, quien durante un año decidió leer un libro de cada país. Aterrado por los números de un solo dígito en el contexto colombiano, e inspirado por la proeza multicultural de esta inglesa, me decidí a leer mucho y rastrear esta lectura por un periodo de tiempo importante: me dije que debía leer los mil libros de esa lista en diez años. 

Pronto, prontísimo, me aburrí.

La Lista está compuesta exclusivamente de novelas; de las cuales una mayoría-mayoritaria-y-completa (¡todas!) son de ficción. Aunque cambian por género -por ejemplo, ciencia ficción, viaje y guerra- no hay no-ficción (al estilo de A Sangre Fría de Truman Capote) ni tampoco novela histórica -ese género que tanto me gusta y visito con tanta frecuencia. El de La Lista era un mundo escrito mayoritariamente por ingleses, franceses y alemanes con invitaciones del tercer mundo; muchos de ellos ‘blanqueados’: expatriados, razas mixtas, autores formados en Europa; allí, una avasalladora mayoría de hombres. Ni hablar que conseguir muchos de esos títulos, tanto en su idioma original como traducidos, resultó ser un trabajo de tiempo completo; por ejemplo, llegar a Sin Novedad en el Frente de Erich Maria Remarque tardó meses.

Fastidiado, decidí tomarla como inspiración, tan solo como una guía de recomendaciones. Buscaba sus libros entre las torres del silencio del callejón del libro, así como en las bien abastecidas bibliotecas del centro capitalino -la del Rosario, la Luis Ángel Arango- y librerías de la zona -la Lerner, el FCE, Merlín-; pero, me permitía antojarme, escuchar recomendaciones y tomar libros prestados. Fue allí cuando volvieron a mi mesa de noche los libros de no-ficción, la historia, los libros de economía, mis amadas crónicas de viajes, los libros de autores colombianos y latinos, retornaron a mi imaginación los paisajes andinos. En fin, mi lectura volvió a tener sentido dentro de mi contexto geográfico, cultural y personal.

Hoy estoy cerrando el Octavo Año de este ejercicio; el que va del 10 de abril de 2022 al 10 de Abril de 2023. Me encuentro viendo como este reto, que a mis veintitantos parecía casi geológico, está acercándose a su fin. Pensando en este milestone, en este hito, quiero parar un segundo a pensar y escribir.

En estos últimos 12 meses leí un total de 27 libros; lo que se traduciría a un ritmo de 2.25 libros al mes, 0.5 libros por semana, 0.07 libros por día. No tengo idea alguna de cuántas páginas fueron leídas, pero siento que fueron un montón. De La Lista -sí, de aquella con mayúsculas- no viene ninguno; en cambio, todos vienen de fuera de ella. De ficción hubo 8 títulos, de no ficción hubo 19. Leídos en Español: 20 -pero, de estos veinte, nueve son traducciones del inglés (6), del portugués (2), y del noruego (1). En inglés, leí 7 libros. En cuanto a nacionalidades de los escritores tenemos como grupo mayoritario a los estadounidenses con 12 exponentes (y allí hay también un estadounidense-iraní quien sumaría 13), seguido por el equipo colombiano de 4 exponentes, luego dos autores ingleses, leí dos veces al mismo portugués (Saramago), dos veces al mismo español (César Boná), dos veces al mismo cubano (Leonardo Padura), una vez a un argentino, un libro por una noruega, y a un alemán.

De este conjunto de personajes que han decidido plasmar sus ideas en libros, 22 de ellos son autores hombres. Tan solo hubo 3 títulos por escritos por mujeres autoras: bell hooks (sí, en minúsculas), Turid Rugaas y el equipo de Diana Paola Guzmán Méndez junto con Laura Acero Polanía. Hubo dos ediciones conformadas por equipos mixtos: la dupla de Brian Hare & Vanessa Woods; y el grupo de Debra F. Horwitz y John Ciribasi, junto con Steve Dale -curiosamente, ambos casos fueron libros de conducta animal. Ahora, Premios Nobel -ese galardón que tanta atención me reclama-, este año solo estuvo José Saramago con dos tremendos títulos: El Ensayo Según Jesucristo y La Viuda

Luego están los motivos detrás de las lecturas: por ocio leí 19, por trabajo fueron 4, y por aprender algo específico, que en este caso fue sobre perros, 3 libros. Visité un buen número de títulos periodísticos sobre varios temas: del conflicto armado colombiano, sobre cambio climático, un repaso de la promoción de la lectura en Colombia, un libro de la historia de las bananeras, y unas crónicas de viaje (a pie por los Estados Unidos, llegando a Machu Picchu por el camino del Inca, y un desastre en Everest). También leí dos ensayos hechos libro: uno, una compilación de ensayos sobre educación radical (feminista, negra, liberadora, transgresora y anti-sistémica), y otro sobre política. Hubo varias monografías en psicología, arqueología en Colombia y una última de Historia de la Religión. Novela tenemos ocho, y, de esas cuatro que son novela históricas. Fueron tres los libros de conducta animal, puntualmente de canes. Otros tres de educación: uno escrito por Moisés Wasserman (que bien podría ser un ensayo o una monografía); y otros dos de César Boná que más se acercan al periodismo (puntualmente a crónicas de viaje).

Ahora, durante este año, mientras iba leyendo, tuve una serie de reflexiones. Bueno, pues, una de esas fue un experimento: intentar volverme experto en un tema con tan solo 3 libros, siguiendo ese aforismo popular. El resultado: no es posible, sino hasta ofensivo con los verdaderos expertos. ¿Lo volvería a hacer? Sí, pero sin tantas expectativas. Luego, otro anhelo que iba teniendo mientras leía era un deseo sobre ir leyendo de temas más específicos: aprovechar mi tiempo lector para irme perfilando más como un experto en temas puntuales, tal vez de Colombia, o de perros, de pronto sobre educación, así como en algún momento lo quise hacer de historia de la guerra. Otro pensamiento recurrente es esa diferencia tan notable en ritmo en función de qué se lee: un capítulo de un libro puede tardar lo mismo que una página en otro. Pese al ritmo lector -por ejemplo, cuantas palabras por minuto o páginas por hora- el tema, el idioma y otros tantos factores sí modifican mucho cuanto tardaré leyendo un libro: los libros de ficción toman demasiado tiempo en ser temrinados. 

En estos momentos de retraimiento también tuve la oportunidad de pensar sobre este ejercicio, sobre lo agridulce y complejo del mismo. Por un lado, un entorno lector fomenta la lectura: la cercanía de librerías, la visita a eventos literarios, tener bibliotecas públicas y universitarias; inspira. Bogotá, ciudad que tiene todo esto, ha sido la ciudad que más ha favorecido mi lectura. Ahora, esto no significa que un entorno educativo (que parece tenerlo todo) sea necesariamente un entorno lector (ni siquiera uno académico) como lo viví en pregrado, posgrado y trabajando profesionalmente dentro de un colegio.

Luego, en cuanto al entorno social inmediato -amigos, parejas, familia- esta es la fuente primaria de inspiración lectora, de diversificación literaria y de conversación sobre libros. Aunque, cada persona no lectora en ese círculo cercano que no entienda la importancia que para mí tiene la lectura puede estancar este ejercicio: difícilmente un no-lector entiende (o respeta) un ejercicio lector. Aquí hay una contradicción importante de la que hablaba hace poco: pese a ser una actividad eminentemente solitaria, tiene un carácter social importantísimo.

Por otro lado, salir de una rutina permite una diversificación del lugar de lectura, del tiempo disponible para leer y del universo de libros disponible para ser leído: viajar, por ejemplo, trae diversidad literaria y lectora. Ahora bien, uno debe prepararse para los viajes -y las catástrofes como la pandemia- acaparando libros: tener algunos libros como colchón en caso de no encontrar nada nuevo. Otro pensamiento constante se ha referido a las nuevas tecnologías en lectura, herramientas que abren la puerta a una infinidad de textos disponibles en entornos no convencionales para la lectura -e.g. manejando, caminando, lavando los platos- y también acercan a cualquier lector a un universo digital que es como el universo físico: infinito y en permanente expansión. Sin embargo, las pantallas y las nuevas tecnologías -especialmente las del celular- distraen la lectura de manera aterradora; así como roban tiempo de vida -aquí sé que tendré que leer a Shoshana Zuboff y a Byung-Chul Han y reflexionar sobre sus ideas.

Por último, así como un colombiano guarda lentejas en sus bolsillos, come 12 uvas y tiene calzoncillos amarillos el 31 de diciembre, todo esto para augurar un buen año nuevo; yo, quiero un excelente Noveno Año de lectura. Mi ejercicio se acerca a su fin. Por eso, para este año que viene tengo una serie de deseos: 

  1. Leer primero los libros que ya tenga apilados en casa -por ejemplo, Jiang Rong, José Antonio Figueroa, Franz Fanon, Britt Wray, Charles Mann, Robyn Davidson-; dicho de otro modo: combatir mi tsundoku.
  2. Empezar a conocer, explorar e inspirarme en las listas de libros de mis amigos; no sólo sé que las tienen sino que ya he conocido dos: una en un celular, y otra me la han enviado.
  3. Lectura diaria, siempre.
  4. Libro a la mano, siempre.
  5. Rodearme de lectores.
  6. ¡Mandar a la luna mi celular cuando quiera leer!

Como despedida les dejo una tabla que muestra lo que debería haber logrado hasta la fecha (800 libros), lo que he ido leyendo cada año y como esos años, de a poquitos, se han ido apilando. Gracias infinitas.


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