The Omnivore’s Dilemma: A Natural History of Four Meals
– Michael Pollan
“Our food system depends on consumers’ not knowing much about it beyond the price disclosed by the checkout scanner. Cheapness and ignorance are mutually reinforcing. And it’s a short way from not knowing who’s at the other end of your food chain to not caring -to the carelessness of both producers and consumers”. (p. 245)
Lentamente me dirigía a este libro. Como un iceberg que vi desde la distancia, Pollan ha estado rondando mis conversaciones desde hace tiempo. Y así como sucedió con De Animales a Dioses (Noah Yuval Harari) -y parece que dentro de poco con The Mushroom at the End of the World (Anna Tsing)-, la colisión llegó.
The Omnivore´s Dilemma sigue la producción alimentaria actual. Donde dinámicas contradictorias -como la fragmentación y la cohesión- deben coexistir con una creciente población y una creciente desigual acumulación de capital -mientras el telón de fondo es la catástrofe medioambiental. Mecánica, invención, capacidad adquisitiva, técnica, especulación, nos traen a una situación sin igual: que no solo tenemos la capacidad biológica como omnívoros para comer de todo, sino que hemos logrado adaptar nuestra producción de alimentos a producir de todo sin importar el lugar, la temporada, las distancias y al parecer desoyendo a la geología, meteorología, la biología. Interesante, ¿no? ¿Equivale en esta conversación el que podamos a que debamos hacerlo?
“Fixing nitrogen allowed the food chain to turn from the logic of biology and embrace the logic of industry. Instead of eating exclusively from the sun, humanity now began to sip petroleum”. (p. 45)
Pollan se concentra en cuatro métodos para la generación de alimentos, más bien cuatro modelos económicos. Primero, la producción industrial que lleva a los mono cultivos en torno al maíz (preferiblemente genéticamente modificado). Luego, la producción orgánico-industrial. Al rato nos lleva a una pequeña granja -que en algún momento llamará posindustrial. Por último, al mundo del cazador recolector -¿pre-industrial? Cada uno de estos viajes terminan en un plato más o menos preparado y servido por el autor.
Durante cada uno de estos momentos Pollan se esfuerza por compartir ese plato con otros, siguiendo los valores y cultura que dieron origen a esa comida particular. Una aparentemente poco costosa petro-maíz-burguesa en un carro en movimiento con su familia. Luego una cena completa, también con su familia, con alimentos de supermercado orgánico transportados alrededor del mundo gracias a cadenas de frío alimentadas con petróleo barato. Luego, vendrá una cena cultivada localmente disfrutada junto con amigos de la zona. La última, la “cena perfecta”, una cazada y recolectada junto con amigos en su entorno geográfico próximo.
Claramente dada la naturaleza del momento presente cada uno de estos momentos no está aislado de los demás. Por ejemplo, su capacidad como cazador-recolector se vio incrementada por una acumulación de tecnologías milenaria: el cientificismo colonial-imperial de las guías de setas, la desecación de morillas (quien sabe en qué electrodoméstico), y así. Pero eso no le quita rigor a su odisea alimentaria; solo crea un par de contradicciones simpáticas y preguntas: ¿acaso no hay transporte público en Estados Unidos? Siempre con frases y apuntes como:
“In a way, the most morally troubling thing about killing chickens is that after a while it is no longer morally troubling.”. (p. 233)
Los argumentos que él visita que me llevaron a pensar en mis hábitos, re-pensar mi relación con los alimentos que consumo -y ocasionalmente con mi paisaje- y a reflexionar sobre la cultura en la cual vivo. Está la producción industrial de alimentos y sus evidentes efectos negativos, así como también la negación en la cual millones vivimos. También está esa triste ironía: las calorías más baratas son las más costosas a futuro y millones solo pueden comprar las primeras. Luego está la salvación en vida a través de los costosos productos orgánicos -y con sellos- práctica igual al pago de indulgencias donde pocos pueden comer sin culpa. ¿Mienten los sellos?
“In the garden almost every species you encounter engages with you. Nobody hides; nobody means you harm; your place in the local food chain is established and acknowledged. Everything you sense in the garden -the colors and patterns, the flavors and scents/ is not only comprehensible but answers to your desires”. (p. 385-6)
Hoy que los productos del planeta están a mi disposición pensaba mientras leía en cómo cambia la producción de alimentos cuando le añadimos el carácter global y el sistema-mundo. El libro se olvida de productos favoritos del consumidor: el azúcar, el café, o la nuez de cola. Los alimentos por mono cultivo tienen una expresión más violenta cuando uno habla de bananas en el Caribe o soja en la Amazonía. La producción a pequeña y mediana escala se topa en los países pobres con miseria, expropiación de tierras o falta de acceso a mercados/capital/información. También lo racial e imperial fue obviado de este libro: no hay mención de la expropiación de tierras en donde hoy hay infinitos cultivos de maíz; como tampoco se menciona el genocidio cultural y académico que precedió la imposición del modelo de producción al estilo Europeo. Allí hay un pedazo de esa historia que está siendo dejado de lado.
“So what exactly would an ecological detective set loose in an American supermarket discover, were he to trace the items in his shopping cart all the way back to the soil? The notion began to occupy me a few years ago, after I realized that the straightforward question ‘What should I eat?’ could no longer be answered without first addressing two even more straightforward questions: ‘What am I eating? And where in the world did it come from?’ Not very long ago an eater didn’t need a journalist to answer these questions. The fact that today one so often does suggests a pretty good start on a working definition of industrial food: Any food whose provenance is so complex or obscure that it requires expert help to ascertain.”. (p. 17)
Este libro deja al lector en un lugar complicado, invitándolo a una conversación eminentemente de élite: el pensar sobre aquello que consume. Esta no es una posibilidad que tienen millones de personas a nivel global. No solo es la falta de capital lo que denota la desigualdad presente, sino peor aún: la falta de tiempo (preferiblemente de esparcimiento) y el acceso al conocimiento. Pensar sobre la comida, como repite el autor, simplemente no es una posibilidad para millones.
En esa línea, dado el contexto presente en el cual me encuentro me puedo dar el lujo de incluirme en esta elitista discusión concluyendo qué:
- Debo gastar un poco más de tiempo, y dinero, en pensar sobre, conseguir y preparar mi comida;
- He de buscar cadenas de abastecimiento cortas y locales, con menor consumo energético y trato justo a quien produce;
- Debo ingerir menos productos animales y buscar evitar aquellos que sean industrialmente producidos -en particular las ineficientes calorías bovino-petro-maiz o porco-soja-piroamazónicas;
- La discusión de los alimentos tiene una escala planetaria y el humano y la cultura deben mantenerse centrales; y,
- Todavía me falta mucho por leer sobre la producción global de alimentos, riqueza y conocimiento; por tanto, mis próximas lecturas versarán sobre el tema.
A pesar de lo anterior, no quiero reducir mi agencia a aquello que puedo, o no puedo comprar. A diferencia de Joel Salatin (p. 260), soy de quienes creen que es necesario implementar cambios estructurales; creo en la necesidad de un poco de “salvación por legislación”. O un poco de todo, pues todas nuestras acciones son políticas. Al final del día también tengo que recordarme que la frustración que generan estos temas se debe enfrentar con paciencia y cambios personales, culturales y estructurales progresivos. Esto es un ejercicio de vida. Después de leer espero llegar a conclusiones prácticas y productivas sobre qué puedo yo cambiar y cuál es mi alcance. Estos son temas que son muy importantes para mí.
Son libros como estos los que nos invitan a buscar construir un mundo menos desigual, más ético, más justo y potencialmente un futuro sostenible.
“All which is to say that a successful local food economy implies not only a new kind of food producer, but a new kind of eater as well, one who regards finding, preparing and preserving food as one of the pleasures of life rather than a chore. One whose sense of taste has ruined him for a Big Mac, and whose sense of pace has ruined him for shopping grosseries at Wal-Mart. This is the costumer who understands -or remembers- that, in Wendell Berry’s memorable phrase, ‘eating is an agricultural act.’ He might have added that it’s a political act as well”. (p. 259)
Bibliography:
- The Omnivore’s Dilemma: A Natural History of Four Meals
- Michael Pollan
- The Penguin Press
- New York
- 2006
- 450 Páginas
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