Un Caballero en Moscú – Amor Towles

159. Un Caballero en Moscú – Amor Towles

Pero imaginar lo que podía suceder si las circunstancias fueran diferentes era el único camino seguro hacia la locura.” (p. 31)

¡Qué libro más divertido! ¡Qué libro tan bien escrito! ¡Qué buen libro! Además, ¡el mío viene con una dedicatoria muy personal! ¿Será necesario decir algo más?

Esta novela está cargada de emocionantes eventos: cómo cuando una caída generó tanta tensión en nuestra historia que todavía recojo mis hombros. Un libro colmado de imaginación e inventiva, que está lleno de personajes complejos, agradables y con los cuales se puede empatizar. Nuestro héroe, por ejemplo, práctico, encantador, culto, arrogantemente humilde, servicial que deberá encarar un especialmente retorcido dictamen de la justicia rusa. La mayoría de nuestros personas serán almas buenas, como nosotros, que viven momentos pesados y a la par bellos: compartir un postre, aprender a hilar, organizar el cuarto de un hijo, hacer malabares con cuchillos. ¡Escalofríos! ¡Oh! Tantas enseñanzas y hermosos pasajes hay en este libro: ¡como cuando una lágrima es derramada por un amigo! El énfasis por lo bello de lo superfluo, de lo verdaderamente importante, lo valioso de darle el tiempo debido a lo inaplazable: una taza de café. Sí Conde Rostov, una cita en un banco siempre puede cambiarse. 

Al fin y al cabo, ¿acaso no mejoraba el vino con el tiempo? ¿No era el paso de los años lo que aportaba a los muebles aquella pátina peculiar? A fin de cuentas, los empeños que la mayoría de los hombres modernos consideraban tan urgentes (como las citas con los banqueros o el hecho de coger un tren), seguramente podían esperar, mientras los que ellos consideraban frívolos (como tomarse una taza de té o charlar con un amigo) merecían su atención inmediata.”. (p. 429)

Esta es la historia del autodenominado ‘hombre más afortunado de toda Rusia’: un caballero en Moscú. Más que un libro, es una entrada a un mundo nuevo, a ese universo paralelo que es Rusia: con sus mitos propios, personajes legendarios que les son suyos y de nadie más, olores y sabores que no hago sino degustar en mi imaginación, sonidos especiales tanto humanos, como no. San Petersburgo, caviar con blinis y nata agria, el Caucaso, un estofado letón, pan negro, los salones de cierto hotel: muchísimo más que solo vodka.

¿Cómo debe ser Rusia? ¿Qué tal debe ser esa experiencia? Me lo he preguntado año, tras año, tras año; libro, tras libro. Todo empezó con Kapuscinski hace muchos años. Desde entonces, con cada nuevo capítulo sobre esa tierra sueño con ir. Rusia, un continente que desde estos Andes que habito se presenta como un enigma, uno peligroso, que a pesar de la distancia siempre está presente en los contextos preelectorales en las mentes de viejitos colombianos fabulando sobre la importancia colombiana. Aunque hoy, en el tenso momento que se vive en Europa del Este, tan solo anhelo que los mejores ángeles de la naturaleza Rusa se impongan, y que no salga victorioso ese sentimiento del que hablan nuestros protagonistas al recordar el cuadro Iván el Terrible con su hijo (Ilya Repin, 1885).

Pero el destino no tendría la reputación que tiene si le limitara a hacer siempre lo que parece que va a hacer”. (p. 98)

Amor Towles en esta divertidísima novela (¡superlativo con todo el derecho!) nos recuerda, insistentemente, porqué Rusia se ubica con comodidad entre las naciones más influyentes de la modernidad: con nombres, hitos, y legados de una cantidad de grandes hombres -sí, al parecer siempre son hombres. Hay autores, poetas, dramaturgos, y ensayistas, mencionados una y otra vez a lo largo de su narración: Aleksander Pushkin, Anton Chejov, Maxim Gorki, Vladimir Maiakovski, Lev Tolstoi, Fiodor Dostoievski, y Nikolai Gogol. La música también será parte central de la re-construcción de ese universo literario que lo es también un universo humano: Tchaikovski, Alexander Borodin, Nikolai Rimski-Korsakov. Todos ellos suenan en el trasfondo de los episodios, sus acordes escritos entre las páginas de la novela. ¡Todo esto sin ser un libro de historia ni cultura de Rusia!

Ambientada esta novela en el tránsito hacia el comunismo y luego en su firme consolidación, claramente, tenía Towles que traernos al mundo de los políticos del siglo XX. Un momento de líderes sedientos de poder, que se comportaron exactamente como aquellos que querían destronar -esos grandes duques y nobles como Stepan Makarov- terminando rodeados de lujos, aprendiendo las maneras de la nobleza y habitando sus espacios. Obviamente, me vi en la obligación de ver La Muerte de Stalin (2017, Armando Lannucci) para ambientarme en ese interesante mundo de la Rusia de después de la revolución de Octubre, y recordar los eventos que acaecieron tras el fin de la Gran Guerra Patria. En esta novela surgirán nombres que hacen temblar los pasillos: Stalin, Malenkov, Beria, Zhukov, Nikita… Pero, no os confundáis: ¡no es esta una novela histórica! No lo es tampoco al estilo de la trilogía de Ken Follet, por ejemplo. Los problemas y personajes en esta novela son mucho más… humanos.

Leyendo este libro, y ahora repasándolo para escribir esta entrada, caigo en cuenta de la muerte de dos de mis hábitos lectores. Primero, anteriormente escribía dónde abría un libro y dónde lo terminaba. Eso ataba mi experiencia literaria a un contexto geográfico específico. Pero, tuve dos años literarios bastante extraños: donde las lecturas fueron apenas a unas calles de distancia. Debido a una pandemia la mayoría de mis libros dirían lo mismo: un pueblo en la boca de cierto río. Era obvio, al menos para mí, que leía siempre en el mismo lugar: un mismo puerto, un mismo idioma de fondo, un mismo momento histórico… Al menos, al no escribir dónde estaba, sabía que estaba haciendo: estaba en cuarentena.

Otro buen hábito muerto: antes borraba mis anotaciones. Ahora, no me preocupo: que alguien más los lea también. Cuando comencé a perder esta costumbre recibí un llamado de atención: una pregunta de por qué estaba yo escogiendo justamente esas frases. Respondí lo que digo siempre: enseñanzas, resuenan con mi vida, cosas que quiero recordar, me parecieron llamativas. La moraleja es que hoy por hoy ya no me preocupo: si el libro es mío, ¡no borro nada! ¿Cómo modificará esto mis lecturas futuras? ¡No lo sé! ¿Cambiarán las cosas que quiero resaltar? ¡Tal vez! ¿Se modificarán mis notas al margen? ¡Ni idea!

Bueno en cuanto a esos dos hábitos muertos quiero defender mi ego: ¡andaba leyendo libros públicos! Un libro sacado de una biblioteca pública es un tesoro, un patrimonio de la nación, pago por impuestos que también eran míos. Esos libros hay que cuidarlos un bastante más que los propios: nada de escribir en la primera y última página, nada de anotar dónde los leía, diligentemente borrando comentarios y anotaciones que cuidadosamente hacía con lápiz. Por eso hay que tener libros propios: para, en caso de toparse con un libro así de genial a este, poderlo tachar, rayar, escribir, anotar, y, más importante aún: atesorar un libro con una dedicatoria.

Citas:

  • “Durante siglos, el champán se ha utilizado en bodas y botaduras de barcos y la gente da por hecho que eso se debe a que es la bebida festiva por excelencia; pero en realidad se toma al inicio de esas peligrosas empresas porque es un eficaz potenciador de la determinación.”. (p. 112)
  • “Porque el papel de un padre es expresar sus preocupaciones y, después, retirarse tres pasos. No uno ni dos, sino tres. O incluso cuatro. (Pero nunca cinco.) Sí, un padre debe compartir con su hijo sus dudas y luego retirarse tres o cuatro pasos, para que el niño pueda tomar por sí solo la decisión, aun en el caso de que esa decisión pueda conducir a un disgusto.”. (p. 394)
  • “Porque lo que importa en la vida [continuó el Conde Rostov] no es si recibimos un aplauso, lo que importa es si tenemos el valor necesario para subir al escenario pese a la incertidumbre del éxito.”. (p. 426)

Bibliografía:

  • Un Caballero en Moscú
  • Amor Towles
  • Barcelona
  • Publicaciones y Ediciones Salamandra
  • 2019
  • 509 páginas