Una Soledad Demasiado Ruidosa – Bohumil Hrabal

“[…] en cambio aquí nadie deseaba tener esa extraordinaria experiencia que es palpar libros y papel viejo […]” (p. 69)

164. Una Soledad Demasiado Ruidosa – Bohumil Hrabal

De qué manera tan extraña apareció en mi vida un autor que hace parte de La Lista: Bohumil Hrabal. Hrabal. Bohumil. Me reconozco incapaz de decir su nombre de manera adecuada. Tal vez por eso no lo había oido nombrar: es imposible que una lengua castellana diga este nombre. Con completa honestidad: Hrabal era un autor desconocido en mi vida. Me impacta pues sus libros son de renombre, fue un autor famoso, pertenece a una tradición literaria que me gusta mucho (la de Europa Central) y fue traducido a una infinidad de idiomas. Su título más sonado: Yo Serví al Rey de Inglaterra. ¿Por qué no lo conocía?

Checo. Otro checo como Kundera, como Hasek. Otra historia que se va desarrollando en las calles de esa famosamente espectacular ciudad que es Praga. Un pueblo centenario todavía sin conocer, pero que en mi imaginación he creado con retazos de recuerdos: calles bonaerenses, edificios zagrebíes, una que otra edificación de ladrillo al estilo danés. Otro autor prohibido, sus libros considerados de riesgo. Platón la tuvo clara desde el día 1: hay que cuidarse de los poetas. 

Ahora, el libro que hoy me llama, de nombre fantástico, Una Soledad Demasiado Ruidosa, llegó a mí como parte de un intercambio: habiendo entregado uno de mis libros favoritos, El Proceso -curiosamente, de un autor que también anduvo las calles de Praga: Franz Kafka. Primero, presté un libro sin pensar que mi gesto iba a dar pie a un intercambio. Ahora soy feliz tanto por trabajar por una amistad, como por haber leído esta pieza y conocido a este autor. Espero que tengamos más iteraciones de este ejercicio; es mi deseo prestarle también La Conjura de los Necios, los veo como libros algo comparables: con sus héroes poco convencionales, cargados de monólogos, de interacciones sociales algo bizarras.

Soy una jarra llena de agua viva y agua muerta, basta que me incline un poco para que me rebosen los más bellos pensamientos, soy culto a pesar de mí mismo y ya no sé qué ideas son mías, surgidas propiamente de mí, y cuáles he adquirido leyendo, y es que durante estos treinta y cinco años me he amalgamado con el mundo que me rodea porque yo, cuando leo, de hecho no leo, sino que tomo una frase bella en el pico y la chupo como un caramelo, la sorbo como una copita de licor, la saboreo hasta que, como el alcohol, se disuelve en mí, la saboreo durante tanto tiempo que acaba no sólo penetrando mi cerebro y mi corazón, sino que circula por mis venas hasta las raíces mismas de los vasos sanguíneos.”. (p. 7)

Al ser este un libro prestado me vi en la aburridora labor de borrar todas y cada una de las anotaciones y rayones que había hecho entre sus páginas: mis comentarios desapareciendo, también los círculos que atraparon a palabras desconocidas, y las frases subrayadas camuflándose de nuevo en el anonimato. Todo yendo al olvido. La experiencia única que fue mi lectura desapareciendo para siempre. Mientras con cuidado borraba todo rastro de mí en este libro iba reparando en pequeñas manchas aquí y allá: ¿cambios en la tinta? ¿Imperfecciones del papel? ¿Rastros biológicos de otros lectores? 

Si pudieran, ¿cómo nos juzgarían los libros? De poder elegir, ¿pedirían distintos tipos de lectores? ¿Compararán la lectura a una danza, a una pelea, a un diálogo? ¿Desea un libro ser leído? Yo creo que estas son también preguntas que asolaron a nuestro personaje principal, a nuestro salvador de libros que por 35 años en su húmedo subsuelo, se consoló con el sopor etílico, buscando olvidar la naturaleza de su labor, deseando ignorar el olvido del mundo que se iba arrojando sobre él.

Éste fue un libro que prestado fue leído dos veces: alguien lo vio entre mis manos, detallando ese título rimbombante y deseo leerlo. ¿A quién habría preferido este libro? Ahora, es tan curioso que un mismo libro, un libro corto, de un autor desconocido para dos personas, tenga impactos tan diferentes. Me lleva a reflexionar cómo los eventos dentro de la vida -incluso los libros- son vividos de maneras tan dispares. En esta novela yo vi una comedia; esas otras pupilas, una distopía. Yo comparaba al personaje central con otros igualmente singulares pero también posibles en la experiencia humana; las otras manos sintieron en las hojas a un individuo inabordable, imposible, grotesco. La prosa me gustó, la vivía como un punto medio entre esos cuentos de García Márquez (cargados de comas) y Saramago el portugués que escribía en un solo corrido; mientras tanto, escuchaba quejas por la extensión de cada uno de los párrafos. En conclusión: yo releería a Hrabal; mi compañía… lo dudo. 

¡Qué grande es tener la posibilidad de compartir lecturas! Cómo lo había extrañado. Prestar libros. Intercambiar libros. Separar libros para otras personas. Hablar sobre libros y autores. Hojear las estanterías ajenas. Lo he dicho y seguiré repitiendo: la experiencia de los libros debe venir acompañada de personas. Es más bonito leer en compañía. Justo lo que más le faltó a nuestro héroe.

Bibliografía:

  • Una Soledad Demasiado Ruidosa
  • Bohumil Hrabal
  • 1971 (2018)
  • Galaxia Gutenberg S.L.
  • Barcelona
  • 102 páginas

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