Yo, Julia – Santiago Posteguillo

158. Yo, Julia.

¿Qué es este blog? 

Es una corta pregunta que me ha estado rondando la cabeza durante las últimas semanas. Semanas en las cuales el blog ha estado caído por ‘exceso de pago’. 

Bueno, en este momento quiero recordarme a mí mismo qué significa esto; este espacio. Empecé este proyecto queriendo leer al máximo: sobre el mundo entero. Veía en la literatura una manera de aumentar las experiencias, mi experiencia de vida. Una manera de expandir las posibilidades que mi vida humana, física, limitada, culturalmente determinada. Los libros me permitirían ver, vivir, sentir más fuertemente, más diverso. Quien lee -dicen- vive mil vidas. ¿No? 

Mi primera hoja de ruta resultó… ¿Cómo decirlo? Defectuosa: una carta de navegación regional con ínfulas de mapamundi. Una lista patriotera, jingoistic. A los meses me solté de las cadenas de esa lista inicial y emprendí un camino libre: adentrándome en el mundo de lo conocido localmente, los libros recomendados por otros, y los libros de no ficción encontrados en los estantes de casas, bibliotecas y librerías. El ejercicio fue cambiando con el pasar de las hojas. En un principio recopilaba frases que me gustaban o me llamaban por algún motivo: bonitas, resonantes con mi presente, interesantes. Continué escribiendo sobre esos libros, de manera privada.

Luego, lo lancé al castigo de la red: al posible anonimato, a la arena pública/pabellón de fusilamiento. Este blog ha sido un espacio para hablar de mi relación con esos libros que voy encontrando y leyendo. A veces es mi relación con un libro físico: su edición, calidad de hojas, letra. Otras veces, hablo de librerías y bibliotecas. A pesar que intento no hacer resúmenes, ni spoilers de los libros que voy hojeando; a menudo me emociono demasiado, desvelando giros, anotando frases que dicen demasiado, alargando mis entradas…

En My Booklist yo decidí publicar lo que ha sido este proceso de intentar leer mil libros en el transcurso de diez años. Estaba condenado al fracaso desde que comencé. Ahora bien, ya he pasado los 150 libros. ¡Es un fracaso fabuloso! También ha pasado la mitad de un decenio, más de cinco años han pasado desde que iniciara mi proyecto. En lo personal, acabo de pasar el umbral del Tercer Decenio -un hito aterrador. 

El ritmo de lectura ha sido un promedio de dos docenas de libros al año. Nada mal -opino en secreto- al considerar que en medio de este ejercicio están estudios universitarios de pregrado y posgrado, trabajo profesional, relaciones tanto familiares como románticas, y viajes de estudio, placer y trabajo. Cuando iba a clase: leía en el bus. De viaje: un libro ligero, sobre el destino (o incluso del lugar que se deja atrás), es siempre la mejor compañía. Cuando trabajaba, he debido madrugar a leer, o acostarme leyendo. Con las relaciones hay que establecer límites: a veces ha sido fácil, otras no tanto; siempre es un ejercicio sano decir ‘no’. Eso sí, los libros respetan mejor el tiempo que paso con las personas, no puedo decir lo mismo de lo contrario. Leer y la vida es una negociación extraña que hay que hacer; no es la una o la otra como alguna vez me queje, pero es una negociación que hay que hacer. ¡Incluso tenemos una pandemia de por medio! Periodo durante el cual leer fue tanto una salvación como un suplicio: era una buena fuente de divertimento, pero no había con quién interactuar con libros: librerías y bibliotecas se mantuvieron cerradas a cal y canto. Y pues, los libros sin personas no son lo mismo…

En estos años de seguimiento lector (y mucho más en los años anteriores) ha habido un tema apasionante para mí: Roma. Roma. Roma, la ciudad eterna. El Imperio Romano… A lo mejor todo empezó con una película, o con un libro; ¡no lo sé! Pero hoy mis estantes tienen unas cuantas novelas históricas ambientadas en ese mundo llamado ‘clásico’ de Roma. También hay un par de libros de historia… Quiero seguir sintiéndome ‘academicoso’, entonces los compro y arrumo en una esquina. ¡Los libros no leídos son tanto más importantes que los leídos!

Sin embargo, el mayor volumen de libros está compuesto por miles de páginas escritas por Santiago Posteguillo. ¡Sus libros son larguísimos! Si contamos mapas, bibliografía y léxico, La Legión Perdida, por ejemplo, es un libro milenario. Pero, siempre son entretenidos y ágiles de leer. Primero, llegó a mí la trilogía de Publio Cornelio Escipión ‘el Africano’: ¡aquel que derrotó a Aníbal! Al poco tiempo, estaría leyendo la trilogía de Trajano: ese ‘buen emperador’ primero en usar la púrpura siendo de origen no Romano. Ahora parece que Posteguillo se ha saturado de la dinastía Ulpio-Aelia y ha buscado a la siguiente: ¡la Severina! 

En Yo, Julia, nuestro herculeo autor sigue a la que se convertirá en una emperatriz: sí, en esta nueva novela (bueno, es nueva para mí) Posteguillo se concentra en una figura femenina que será aclamada, amada y odiada. Una novela que sigue un ritmo que le es tan suyo: ¡tiene el sello Posteguillo! Extensa en duración, de ágil evolución, principalmente lineal, sin palabrería innecesaria, personajes de toda índole, y una ambientación concienzuda en el mundo Romano. La calidez de un libro agradable: un café en una mañana nubosa.

Este año logré un sueño de toda la vida que está inexorablemente atado a estos libros: conocer la ciudad eterna. Caminé por el Anfiteatro Flavio, visité las Termas de Caracalla, arrojé una moneda en el templo de Julio César, visité ruinas y monumentos reinterpretados. También vi una ciudad monumental llena de precios: museos y edificios declarados patrimonio de la humanidad, pero vueltos inaccesibles para locales y minorías por ese mismo ticket de entrada. 

La ciudad ha fascinado por milenios: era un imperativo hacer un Grand Tour, un peregrinaje a Roma, al Vaticano, al centro de poder religioso, político y cultural (que es todo lo mismo). Si uno era alguien, debía ir a Roma. Aunque, no hay una sola Roma: en cada esquina hay una nueva narración, una nueva historia, una historia diferente: cada guía, turista, historiador, tiene una narrativa que le es muy suya de ese lugar. Roma no se construyó en un día es una frase que he escuchado montones, pero esa ciudad debería ser en plural: ¿Romas?  

Hoy, la tradición se mantiene, y, los viajes son expresos, expeditos. La ciudad eterna se vive en un par de días de fotos en lugares célebres; ensalzando destinos y visiones específicas. En una experiencia de la ciudad así, ¿dónde queda Julia? ¡No lo sé! Y eso que visité un monumento de su hijo… ¡Spoiler!

Como dice Posteguillo: la historia la han escrito los hombres, sobre hombres. No hay sino que ir a Roma: estatuas y monumentos de cónsules varones, emperadores hombres y generales machos. Ciudades así refuerzan esa narrativa: ¿dónde quedan los demás? ¿Dónde están las voces de las mujeres de Roma? ¿De los pobres de Roma? ¿Qué es Roma para los miles de migrantes que por ella vagan como náufragos que sobrevivieron al cruce del mar nuestro? ¿Valen la pena todos esos monumentos, cuidados y restaurados, en una ciudad que le es vetada a tantos?

Bueno, y si uno no puede ir a Roma -como fue mi caso durante décadas- ¿entonces qué? Pues, habiendo pensado sobre la diversidad de la idea de Roma (sobre las Romas) y sobre esa obsesión en la masculinidad (un uomo-centrismo que ve la vida de manera tan cerrada), entonces leer sobre la ciudad y su imperio y la Ciencia Ficción vienen siendo lo mismo: tantas vidas, tan pocos micrófonos. ‘Hominem te esse memento, memento mori, memento mori’: Le decían al oído a los generales victoriosos en su triunfo.

Roma, una ciudad cuya cercanía me obnubiló. Ahora bien, ruinas hay en todas partes: en Cartagena, en Samaipata, la misma Amazonía… Historias fascinantes las hay también en todas partes, no es sino hablar con cualquiera. La ciudad del Tiber mantiene su vigencia, pues desde ella se trazan las historias de los demás imperios: Inglaterra, Francia, Alemania. ¿Para qué seguir pensando de Roma? Sin ser alguien, yo hice también este peregrinaje: a Roma, Al centro de esa religión que es Europa. 

Buscar otras voces en la historia. Esto lo digo después de tanto leer siempre sobre un puñado de personajes masculinos: Lope de Aguirre, Aníbal, Atila, Plauto… “Recuerda que tan solo eres un hombre”, por tanto: ¡morirás! Enterrar la obsesión con Roma viene a ser lo mismo que dejar atrás esa manera de ver el pasado que en tan pocas personas y en tan pocos hitos se ha concentrado. A Roma hay que hacer como Alarico: arrojar al Tiber todas las cenizas de los hombres cuyos gobiernos fueron la construcción de estatuas de sí mismos.

El olvido le llegará a los Emperadores como a sus Colonias Comodianas.

A Julia ya le llegó ese olvido: por mujer y no-europea.

Bibliografía:

  • Yo, Julia
  • Santiago Posteguillo
  • Editorial Planeta S.A.
  • 2018
  • Bogotá (Segunda Edición)
  • 698 páginas (después de los apéndices)

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